Raimundo Fitero
Bolsa
Cuando alguien tenga un rato, le rogaría me explicara al detalle el asunto de la desaparición de las bolsas de plástico en las grandes superficies. Tengo demasiadas sospechas. Una vez más han logrado crear las dudas. Las bolsas nos persiguen. Las bolsas suben y bajan. La bolsa o la vida. Aniversario de la caída de Lehman Brothers, la cabeza, las cabezas, los troncos, el chivo expiatorio de los banqueros para que siga la fiesta. Se llevaban el dinero en bolsas, pero no eran reciclables. La bolsa, el bolso. La vida.
Uno piensa que la consulta independentista de Arenys de Munt les toca en la bolsa o en el bolso de los que ven en la constitución el banco de sus emociones, sus argumentaciones nacionalistas o su patriotismo. Patriotismo es la coartada del supuesto asesino de Carlos Palomino en el Metro de Madrid. Se trata de un soldado español que podía estar salvando a base de ráfagas de metralleta y bombardeos a los afganos. O desfilando con la cabra. Pero, como se ve en las cámaras de seguridad, estaba en un vagón del metro, arma blanca en la mano, preparado para provocar y matar, con rapidez. Demostrando su buena instrucción militar, con su cuchillo reglamentario del equipo de asalto dispuesto a romperle el corazón a un joven anti-fascista. El soldado español dice que no es neo-nazi, sino patriota. «¿Qué entiende usted por patriota?» le preguntan en el juicio. Y responde: «que me gusta que gane España al fútbol». La bolsa. Pero de momento se llevó una vida. Miente y se disfraza. Dan miedo. Son cachorros de los que se manifestaron contra la encuesta de Arenys.
En La 2, en un programa fuera de competición, una avioneta vuela por encima de una ciudad con una especie de bolsa arrastrando. Algo parecido a las pancartas que anuncian asadores o concentraciones y al bajar nos muestra la cantidad de biomasa que se esconde en el aire, como se acumulan en esa bolsa mosquitos, briznas de hierbas u hojas, polen, insectos de toda índole. Es la comida, el sustento de otras aves, de otros animales, que después acabarán en el zurrón de los escopeteros que ya empiezan a fastidiarnos los amaneceres. Siempre nos quedará Punset.