El cáncer de próstata es la tercera causa de muerte en varones en nuestro entorno. Una de sus técnicas de tratamiento tiene que ver con una práctica que, a otros niveles, genera un abierto debate público. Hablamos de la controvertida castración química, un procedimiento que se liga habitualmente a la cuestión de la delincuencia sexual, pero que, como aclara el jefe de la sección de Urología del Hospital de Galdakao, Ander Astobieta, «el bloqueo hormonal se utiliza de forma rutinaria para el tratamiento del cáncer de próstata».

Precisamente, uno de los tratamientos de este tipo de tumores, sobre todo en estados avanzados, es la castración química. Una terapia que, a diferencia de la quirúrgica (extirpación de los testículos), consiste en la administración de medicamentos, destinados a bloquear la producción de testosterona en los testículos y en la zona suprarenal. Esa castración química provoca un descenso del nivel de testosterona y ello incide en un descenso del apetito sexual y de las erecciones.

Astobieta sí aclara, en cualquier caso, que «este método hormonal no supone una forma de esterilización, sino que es un procedimiento reversible que no provoca daños importantes y es beneficioso para quienes lo requieren».

Otro equívoco que este experto revela es que «los efectos de las castración química desaparecen tras un periodo de estre dos y cuatro meses desde su aplicación». Igualmente, Astobieta matiza, con respecto a su uso para delitos sexuales, que «el problema es que la líbido no siempre está relacionada con la testosterona». Es decir, no hay suficiente experiencia acumulada para afirmar que su administración a los condenados por delitos sexuales lograría los efectos deseados».