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ESZENAK

Bilbao. Mapa de sombras

Josu MONTERO I 

Las ciudades se están convirtiendo en no-lugares. Similares diseños urbanísticos especulativos, edificios pretendidamente epatantes perpetrados por los mismos stars de la arquitectura; los mismos comercios de alto o apañadito standing, los mismos museos de arte modernísimo, idénticos e intercambiables centros comerciales... Ciudades cuyo modelo parecen ser esas no-ciudades temáticas tipo Disneylandia o Las Vegas. Ciudades spot publicitario para venderse, para ofrecer una imagen de marca en el mercado global. Ciudades para turistas, para que sus ciudadanos se sientan en ella extraños; ciudades para des-ubicarnos. Esplendorosas y prósperas ciudades en las que no quede rastro del pasado. Ciudades cosméticas e higiénicas, desinfectadas de los virus de lo espontáneo y lo popular. Nos amaestran para que aprendamos a vivir a su manera. Sin memoria. Ni vida. Desenraizados.

En no demasiado tiempo he podido ver dos obras teatrales con el nombre de una ciudad, Barcelona, ya en su título: «Barcelona. Mapa de sombras», de Lluisa Cunillé, y «Llueve en Barcelona», de Pau Miró. Recuerdo también otra cuya acción se desarrolla en Barcelona: «Olores», de J. M. Benet i Jornet, y hay otras. La acción de «Llueve en Barcelona» y de «Olores» se sitúa en sendas casas del Raval; un minúsculo y viejo piso en el primer caso y una casa ya desalojada y presta al derribo en el segundo. El Raval, Lavapiés, San Francisco... en todos esos viejos y populares barrios los poderes públicos proceden a la misma operación especulativo-cultural, se trata de convertirlos en los barrios más cool. El Raval es pionero: «Millorem Ciutat Vella» se propuso la administración, ¡y es que cuánto inmueble ruinoso en el mismísimo centro de la ciudad! Y al grito de: ¡Regeneración! -urbanística, social y moral-, la Administración maquilló el negocio colocando junto a las putas y los camellos y los emigrantes y la pobreza; museos, galerías, facultades universitarias, salas de teatro, locales fashion... Esas dos obras ponen en escena toda esa problemática: la vieja vida y la vida nueva; la desesperación de la marginalidad, ese vivir/sinvivir al día, codo con codo con la exquisita Cultura, ya sea oficial o más o menos alternativa; lanzarse de cabeza al presente y al futuro o mantener al menos un ojo en nuestro pasado.

La escalofriante «Barcelona. Mapa de sombras» se desarrolla en un vetusto edificio de l'Eixample; en él y de manera magistral, Cunillé convoca a las sombras del pasado -personal e histórico-, en la medida en que éstas siguen con obstinación cegándonos el presente. Aunque nos empeñemos en ignorarlas y demos la espalda a la memoria. Hay un precio a pagar.

¿Y Bilbo, nuestra gran urbe? Dentro de poco se reestrena 25 años después «Bilbao, Bilbao», pero ¿más allá de esa sátira canalla -y de orgulloso y militante bilbainismo-, no hay nada? ¿Ninguna inmersión en las sombras urbanas, en los pozos negros de esta ciudad? Parece que el teatro aquí no va más allá de ese penoso espectáculo que ofrecen los dos teatros institucionales -y únicos-: «Que yo más», «Qué va, que yo muchos, pero que muchos espectadores más» Es lo que importa, ellos mismos se delatan: no el qué ni el cómo, sino el cuántos y el cuánto. Mientras tanto...

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