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Brotes

Carlos GIL I 

Encerrado en un silencio indefinido aparece un angustioso rumor provocado por el rechinar de las bisagras de las ventanas que miran a las arterias por donde las plaquetas bailan aflamencadas. Silba el colesterol por las carótidas. Riego el jardín de los recuerdos y florecen mil pensamientos. El ruido que produce un cuerpo en estado latente provoca alucinaciones. Un borborigmo desplaza tantos decibelios como un do de pecho. En el silencio ceremonial crecen los puntos suspensivos. El ruido de fondo parece un estruendo de plumas de cisne tras un paso a dos en el sembrado. Tócala otra vez. Tócala. No soporto las voces quedas que callan a gritos segados. Tócala otra vez para que baile el eco hasta el amanecer.

Mañana, en la gran patria sideral, se abolirá el silencio. Los brotes esquizoides se aceleran cuando la música ambiental se esfuma en el sumidero de la indiferencia. Un pincel grita sobre el lienzo, el carboncillo patina, se desliza sobre el papel de cebolla y provoca un llanto sordo figurativo. La niña de mis ojos se hace mujer en la catarata que coloca una pátina de misterio al poema visual. La cara blanca del mimo es un grito naif. La nariz del payaso llega siempre antes que su suspiro. El único silencio compatible con el aroma de un salmonete al espliego es ese espacio rítmico que queda entre dos corcheas. No busques un secreto en el crujir de dientes, mejor escucha la sinfonía encandilada que suena en el salón al pasar las hojas del libro que se escribe a media luz.

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