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CINCO MESES SIN NOTICIAS DEL REFUGIADO Y EX PRESO

Anza, una certeza terrible y un propósito latente

Mañana se cumplen cinco meses desde que desapareciera el refugiado y ex preso Jon Anza. Quienes hoy hablan en estas páginas han conocido en primera línea estos últimos treinta años de conflicto político y sufrimiento. Gabi Mouesca y Xabier Miguel Ezkerra no dudan en señalar a los estados como responsables de la desaparición, pero consideran que esas recetas de antaño volverán a fracasar. Sentencian que para ello no hay que caer en «el agujero de la resignación».

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Iñaki ALTUNA I

Gabi Mouesca fue condenado por participar en el tiroteo de Léon (Las Landas) entre un comando de Iparretarrak y unos gendarmes, en agosto de 1983, en cuyo transcurso desapareció el militante Jean-Louis Larre, Popo, del que hasta la fecha no se ha tenido noticia alguna. Xabier Miguel Ezkerra huyó de su domicilio de Usurbil hace ya 34 años para evitar ser detenido por las fuerzas policiales españolas. En este tiempo ha conocido el exilio fuera de Euskal Herria, las cárceles francesas -fue condenado a seis años tras ser detenido en 1986, acusado de ser miembro de ETA- y también la asignación de residencia en la lejana ciudad de Lille, donde permaneció cuatro años hasta que, junto con otros refugiados, decidió romper esa situación y volver a vivir a Euskal Herria, en su caso a Lapurdi.

Con motivo de la desaparición del refugiado y ex preso Jon Anza, de la que mañana se cumplirán cinco meses, GARA ha reunido a ambos para abordar este caso y para, desde su experiencia personal, hablar de la guerra sucia. Se da la circunstancia de que Mouesca y Miguel Ezkerra fueron compañeros en la cárcel de Pau. Ambos cumplieron parte de sus condenas en aquella prisión. Y se da la circunstancia añadida de que, en aquella cárcel, y también en otras, coincidieron con mercenarios de los GAL.

Todo ello da para recordar, incluso una vez concluida la entrevista, numerosas anécdotas, algunas de connotaciones positivas para los protagonistas y que provocan incluso alguna broma. Por ejemplo cuando, en diciembre de 1986, un comando de IK logró liberar de prisión a Mouesca, junto a otra compañera -la ya fallecida Maddi Hegi-, Ezkerra también se encontraba preso en la misma cárcel de Pau. A la pregunta, cargada de sorna, de si quien no pudo huir en aquella ocasión no guarda rencor a su hoy compañero de entrevista, Mouesca -antes de soltar una carcajada- contesta: «Xabier ha dicho en la entrevista que este pueblo tiene memoria, pero al parecer él no, y no recuerda que le dejamos allí dentro».

Otras anécdotas tienen un cariz bien diferente, sobre todo las relacionados con los miembros de los GAL encerrados en la misma prisión. Juntos, pero no revueltos. Los presos vascos y los mercenarios permane- cían separados salvo errores, voluntarios o involuntarios, de los funcionarios. Recuerdan momentos de tensión vividos en algún pasillo o galería. La cosa no pasó a mayores en ningún caso. Todo terminó con varios episodios de rabia y alguna carrera.

Desde toda esa experiencia ambos miran ahora a lo sucedido con Jon Anza. Ezkerra afirma, «aunque sea duro decirlo», que como él son muchos los que creen que ya no volverán a ver a Jon Anza, «porque le han hecho desaparecer». Apela a lo sucedido en la historia de Euskal Herria, y recuerda que, 70 años después, hay aún quien busca a sus familiares víctimas del franquismo. Cita también otros casos, como el de Lasa y Zabala, cuyos restos al final aparecieron.

De la misma opinión es el bayonés Mouesca, quien recuerda el caso de Popo Larre: «Ya han pasado bastantes años desde que sucediera aquel trágico hecho, pero la pregunta sigue ahí: `Non da Popo?'. Ahora estamos viendo un suceso similar y nuestras preguntas siguen sin respuesta. `Non da Popo eta non da Jon?'».

Sobre el caso de Larre, Mouesca indica que sus compañeros y allegados ni siquiera están pidiendo «justicia». Ahora mismo lo que quieren es que su cuerpo aparezca para que su madre le pueda llorar antes de morir.

Preguntado sobre qué siente el colectivo de refugiados ante este rebrote de la guerra sucia (antes del caso de Anza, el refugiado Juan Mari Mujika fue secuestrado durante varias horas en Nafarroa Beherea por unos individuos que se presentaron como poli- cías españoles), Ezkerra reconoce que resulta «terrible» comprobar que «los estados español y francés son poderosos en la política de la venganza». «Eso resulta terrible, puesto que les lleva a utilizar instrumentos del pasado cuyo resultado conocemos de sobra», explica. Aunque también quiere matizar que «no puede ser considerado como fuerte un estado que pone a los refugiados o a los ex presos en el punto de mira y que, al no poder obtener la asimilación que busca, utiliza la venganza».

En este contexto, Ezkerra se hace en voz alta la misma pregunta que GARA le acaba de realizar («¿Cómo se vive todo eso?»), y se responde a continuación que «con dolor, con un gran dolor, mucho mayor que el temor que pueden generar los dos estados». No duda de que actúan conjuntamente.

Mentiras y silencios

Mouesca no muestra mucha confianza en las investigaciones policiales. «Con el caso de Popo Larre fuimos conscientes de que la Policía francesa no avanzaba, que no realizaba un investigación seria», afirma este ex preso, quien cree que «en el caso de Jon Anza pasa lo mismo. El Estado francés cuenta con una potente Policía Científica, que logra pistas en breve espacio de tiempo. Pero en el caso de Popo, nunca consiguieron nada. Y no sólo eso, sino que mintieron para ensuciar al militante. Ahora están haciendo lo mismo con Jon».

Mouesca hace referencia así a las afirmaciones del ministro del Interior español. Alfredo Pérez Rubalcaba, posteriormente apuntaladas por Michèle Alliot-Marie en conversaciones con cargos electos de Ipar Euskal Herria, argumentando que Anza podría haber huido con el dinero de ETA que portaba y que por eso su desaparición habría sido denunciada por la organización.

Una valoración igualmente negativa les merece el silencio que ante este caso mantienen numerosos agentes políticos y sociales, así como la mayoría de los medios de comunicación. Ezkerra llega a calificarlo de «repugnante». A su juicio, «esos agentes tendrían que tener una función garantista, y si no la cumplen, abren las puertas a cualquier cosa. Así -continúa-, los estados pueden coger un camino sin límites en la represión, precisamente porque esos agentes no cumplen esa función».

Va más allá al afirmar que a los refugiados y represaliados les resulta difícil creer que los representantes políticos y los medios de comunicación no sepan que con su actitud favorecen que se vuelvan a producir situaciones de guerra sucia, como ya ha sucedido después incluso de la desaparición de Anza. «Sin esa actitud de silencio, los estados no tendrían tan fácil hacer, o llevar hasta el extremo, lo que están haciendo», manifiesta el refugiado, que advierte de que no van a permitir que se imponga ese manto de silencio. «Si tenemos que ir uno por uno, puerta por puerta, para pedir responsabilidades, lo haremos», sentencia.

«¿Qué quieren?»

Ni Mouesca ni Ezkerra eluden pronunciarse cuando se les pregunta sobre la situación política y sobre cómo sitúan este rebrote de la guerra sucia en el contexto del conflicto político. La conversación, inevitablemente, lleva por esos derroteros. Para el usurbildarra, este repunte «constituye la constatación de la incapacidad del Estado» para anular el movimiento independentista. «No han ganado en Euskal Herria, y por eso echan mano de los instrumentos de siempre», considera. Aun así, entiende que esa actitud debe ser analizada en profundidad: «¿Qué quieren? ¿Que nos hundamos en el agujero de la resignación? ¿Se sienten cómodos en esa espiral represión-respuesta? ¿Nos quieren introducir en un largo ciclo de resistencia? En mi opinión, sí. Así entiendo esas actuaciones, y nosotros también tendríamos que saber responder, y mostrarles que no nos meterán ahí. Diría más, creo que también en ese intento están empezando a fracasar».

Gabi Mouesca muestra su coincidencia de criterio con Ezkerra, y augura una nueva derrota a los estados, aunque es consciente que «episodios tan tenebrosos como éstos tienen el objetivo de amedrentar a la gente». Con todo, «siempre habrá quien esté dispuesto a seguir el camino, porque existe la voluntad de un pueblo de ser libre».

La entrevista termina con una pregunta marcada por la cruda realidad de los hechos: «Ambos han tenido que huir, ambos han estado en la cárcel, ambos han visto caer a muchos amigos, pero el conflicto sigue. ¿Ven la posibilidad de lograr otro escenario que supere tanto sufrimiento?». Gabi Muesca no tiene ninguna duda y afirma que «la historia demuestra que en algún momento, en una mesa, los enemigos de ayer se reúnen y hablan, para establecer la justicia y la paz». Para lograr ese objetivo, se compromete a hacer todo lo que esté en su mano. «En Euskal Herria habrá paz algún día, y nosotros trabajamos cada día para acercar lo más posible ese momento», manifiesta. Ezkerra, por su parte, considera que «gracias a la lucha, hoy en día la esperanza de que esté pueblo sea dueño de su futuro es más clara que ayer», y añade que, precisamente por eso, «podemos encontrarnos al comienzo de un nuevo ciclo, en el que, con una estrategia correcta y eficaz, podamos alcanzar un nuevo escenario». «A nosotros -la izquierda independentista- nos corresponde acertar en ese camino», concluye.

Manifestazioarekin bat egin dute bertsolariek

Jon Anzaren desagertzearen inguruan «ageri diren beltzuneak» argitzeko eskatu dute 33 bertsolarik. Anzaren familia eta lagunei babesa helarazi diete, eta bihar egingo den manifestazioarekin bat egiten dutela adierazi dute idatzi baten bidez. Sinatzaileen artean Sebastian Lizaso, Jexux Mari Irazu, Iñaki Murua, Sustrai Colina, Amets Arzallus, Onintza Enbeita, Xabier Silveira, Arkaitz Estiballes, Aitor Sarriegi, Mixel Aire (Xalbador) eta abar luze bat dago. Jon Anza «euskal kulturaren zale amorratua da eta bertsozalea betiere», adierazi dute Donibane Lohizuneko manifestazioaren atarian. GARA

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