Son muy pocas las novedades que aporta Jacques Audiard en esta incursión en el drama carcelario, pero su crescendo dramático y, sobre todo, el esmero que ha puesto a la hora de retratar el singular microcosmo que cohabita entre los muros de la prisión, hacen de «Un Prophète» un filme estimable. Tremendamente respetuoso con las normas genéricas impuestas por el cine norteamericano, narra la entrada en prisión de un adolescente que, día a día, deberá aprender a sobrevivir en este entorno extremo, cuyas normas internas son dictadas por un grupo de gángsters corsos.

Desde el mismo instante en que es reclutado a la fuerza por el capo de esta banda para eliminar a un testigo indiscreto, el desorientado protagonista entrará a formar parte de un código de conducta que le permitirá asentar las bases de su propio negocio y, lo más importante, prolongar su vida bordeando peligrosamente los límites del abismo. Otro de los aspectos más reseñables de este trabajo radica en el protagonista, un joven de origen árabe que asumirá su condición de paria entre la banda corsa para la que ejecuta sus trabajos y la creciente comunidad de presos árabes, que siempre mirará con recelo a uno de los suyos metido a chico de los recados para los corsos.

Colocado en mitad de este fuego cruzado, planificará con todo detalle cada uno de los movimientos que debe realizar en este peligroso territorio de nadie. Audiard se muestra como un solvente narrador y atrapa con cuidado la terrible atmósfera que se respira en este espacio opresivo. Ello da como resultado una alternancia entre un estilo visual muy verista, que en momento alguno elude la violencia física y salvaje y esos contados fragmentos oníricos en los cuales el personaje central se reúne con su fantasma del pasado. Para completar este descenso a los infiernos, merece la pena destacar los roles del joven protagonista, Tahar Rahim, y del viejo gángster corso, encarnado por un temible Niels Arestrup.