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ANÁLISIS I Tras el referéndum en Irlanda

Los irlandeses esperan de la UE empleo y recuperación económica

Acaban las celebraciones y es el momento de encarar la realidad. La Unión Europea presiona ahora al presidente checo, Vaclav Klaus, quien todavía no ha rubricado el Tratado de Lisboa, y en Irlanda, Brian Cowen se enfrenta a una crisis de Gobierno.

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Soledad GALIANA I

Esta semana empieza para el primer ministro irlandés, Brian Cowen, con la resaca de Lisboa y el dolor de cabeza de una posible negociación del programa de Gobierno con sus socios de coalición, Los Verdes. Si bien es cierto que la victoria del referéndum le ofrece a Cowen un respiro después de meses de caída libre en la estimación del electorado irlandés, el futuro de su Gobierno depende de la decisión de sus socios minoritarios. Si en los próximos días Los Verdes deciden que no pueden apoyar el futuro de recortes presupuestarios en el sector público o el plan para comprar deuda tóxica de los bancos a expensas de los impuestos de los ciudadanos europeos, Cowen puede despedirse del cargo.

Lo que si es cierto es que al líder de Fianna Fail no le han dado un día de descanso en lo que a escándalos financieros se refiere. La saga del uso inapropiado de fondos públicos continúa mano a mano con historias de falta de financiación para los más desfavorecidos. Muchos miran a los años de superávit presupuestario del llamado Tigre Celta -denominación del boom económico irlandés, producto de inversiones extranjeras y la presencia de multinacionales que llegaban a Irlanda para beneficiarse de los bajos impuestos- y se preguntan: ¿dónde está el dinero?

Y es precisamente el reconocimiento de la ineptitud del Gobierno irlandés para administrar los buenos años y la sospecha de que esa incompetencia podría ser desastrosa en tiempos de crisis lo que podría explicar el resultado de este segundo referéndum del Tratado de Lisboa... Los irlandeses no pueden esperar nada de su Gobierno, su única salvación es que la Unión Europea les ayude.

Volvamos a junio de 2008. Si bien es cierto que la amenaza de crisis económica estaba presente, para los irlandeses sonaba un poco como el cuento del lobo, tantas crisis se habían anunciado y fallado en materializarse, que este parecía otro canto de sirena. En Irlanda todo seguía aparentemente bien, y cuando llegó la hora de decidir sobre Lisboa, los que se oponían al Tratado eran más numerosos y con mejores argumentos: los pescadores protestaban ante el Gobierno irlandés y la Comisión Europea por la reducción de cuotas; los taxistas denunciaban la desregularización del sector; los agricultores adivinaban que Peter Mandelson, entonces comisario europeo, iba a acabar con los subsidios a cambio de la apertura de mercados de servicios en países en desarrollo; y para culminar, los sindicatos sospechaban de un Tribunal Europeo que favorecía los intereses de empresas de sueldos no mínimos, sino minimizados, con decisiones como la de Laval, Ruffert o Viking. También entonces, a los irlandeses les parecían cuestiones prioritarias la pérdida de su comisario europeo, la neutralidad irlandesa o la posibilidad de la imposición de la legalización del aborto desde la UE.

Pero la realidad de la crisis parece imponerse a cualquier principio político o moral. Los irlandeses quieren los trabajos y la recuperación económica que se les prometía desde los posters de apoyo al Tratado de Lisboa. Y ahora miran a la UE para que les pague por su voto.

Ahora a la UE le queda la asignatura checa pendiente y convencer al presidente Vaclav Klaus podría ser complicado. Y luego está la elección del presidente de la UE -Tony Blair ya tiene un pie en la puerta- y del nuevo ministro de Exteriores -el alto representante de la UE- que podrían ser decisivas para la Unión y que se discutirán en la próximo cumbre, el 29 y 30 de octubre en Suecia.

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