Josebe EGIA
No valen inmunidades
Sucede que, a veces, cuando muchas voces se alzan en defensa de algo, o de alguien, ese clamor al unísono y sin fisuras sorprende. La pluralidad es una palabra al alza, aún una palabra, un bien que toda sociedad que se denomina democrática tendría que no sólo defender y garantizar, sino también promover. Pluralidad de gentes, de opiniones, de modos de vida, de culturas.
Aun así, en la práctica, en todas las áreas de la vida, resulta más que complicado llevarla a cabo. En la medida en que no es tarea fácil que tanta diversidad se lleve bien, se comprenda y se tolere, conviva. Por eso, cuando esto sucede, sorprende.
Esto es lo que me ha pasado al hilo de la detención del cineasta Roman Polanski. Harto sabido es que en 1977 fue acusado de violar a una niña de 13 años en Estados Unidos; que más tarde, cuando se olía que, condenado, lo meterían en la cárcel, se largó para no volver, para no pisar más aquel país ni para recoger el Oscar que ganó en 2002 por «El pianista» -película que, por cierto, me parece casi de obligatoria proyección-. Y se asentó en París, cuna, refugio y paraíso de artistas de toda índole.
Han pasado los años y él ha seguido viviendo y haciendo películas, cosechando éxitos, yendo de aquí para allá evitando ciertos países (evitando ser detenido); ella, la víctima, «perdonó» públicamente al director en 2003, no sin recordar que en efecto existió la violación.
Resulta que el 26 de setiembre lo han detenido en Zurich. Por aquel delito. Lo que ha provocado una super-avalancha de opiniones en contra de su detención, una ola de indignación colectiva proveniente del mundo del cine, por supuesto, algunos actores y actrices, directores, guionistas y demás, pero también del mundo de la política, como es el caso del ministro de Cultura francés.
El corporativismo de los primeros, siendo cada uno y cada una de su madre, es decir, nada que ver ni en sus películas, ni en sus puntos de vista ni en sus modus vivendi, asusta. Parece que ellos, los artistas, deben ser intocables, por encima de la ley que sujeta al resto de los mortales. Asusta y ofende, y preocupa, que en esta defensa a ultranza y clamor de indignación soslayen el hecho de que precisamente «el hecho» generador de tal detención es un delito tan grave, tan repugnante y, sobre todo, tan merecedor de castigo como lo es la violación. Como si fuera lo de menos en este caso, una nimiedad tratándose del señor Polanski, admirado y reconocido genio director de cine, para el que se pretende «inmunidad artística». Y sus iguales haciendo piña porque sienten ultrajado su gremio.
Sin embargo, se sentirán totalmente indignados por guerras que se fabrican absurdamente, guerras en las que, sin ninguna duda, miles y miles de mujeres y niñas, y niños, son violadas día y noche, impunemente, es decir, sin castigo. Y ante estas situaciones sí saldrán a la calle y se manifestarán con el resto de la ciudadanía, pero, ay, eso es diferente.
Pero resulta que no es diferente. Una violación siempre es una violación.