Nueva fiscalidad, viejas recetas
El Estado francés soporta una deuda pública que se acercará este año al 77% del PIB y superará el 84% en 2010, lo que coloca a la República en márgenes presupuestarios muy estrechos, si no inexistentes. A nadie se le escapa que esta situación contable supone un serio contratiempo para Sarkozy y sus planes de recuperación económica. El presidente francés pretende a toda costa que la actividad económica no se pare y para ello opta por aligerar de impuestos a las empresas, con la esperanza de que así incrementen la competitividad y generen empleo. En eso se fundamenta la eliminación de la «tasa profesional», un impuesto que recaudan las corporaciones locales y que revierte parcialmente en ese mismo estrato de la administración municipal. Los ayuntamientos se han echado las manos a la cabeza y advierten del serio riesgo de desequilibrio en sus ya inestables cuentas. Pero si las empresas no lo hacen, ¿quién llena las vacías arcas del Estado?
El dilema tiene una solución bien poco imaginativa: nuevos impuestos. Sarkozy se ha sacado de la manga la denominada «tasa del carbono», que penaliza las emisiones de gases contaminantes y que la mayoría de los hogares deberán pagar desde 2010. Aunque con ropajes de ecologismo, la medida significa en realidad exprimir un poco más a las clases medias, mientras las grandes fortunas siguen acumulando riqueza. De hecho, se estima que 40.000 millones de euros procedentes del Estado francés descansan en bancos suizos con toda suerte de comodidades fiscales. Los 3.000 titulares de estos depósitos tienen hasta fin de año para declararlos ante Hacienda. A 1 de octubre sólo lo han hecho 20 y apenas 200 están en vías de tramitación. ¿Y el resto?
Eso es lo que se pregunta la mayoría de la sociedad francesa, que contempla con estupor cómo las empresas dejan de pagar impuestos como el de sociedades o la tasa profesional, y los más ricos y sus fortunas son tratados con «cariño» por el Gobierno, mientras la factura de la crisis sigue recayendo sobre sus bolsillos hasta dejarlos con poco más que telarañas.