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Antonio Alvarez-Solís periodista

Títulos para capítulos en blanco

Alvarez-Solís analiza con humor pero en serio la faceta de consejero que ha adoptado Rodríguez Zapatero respecto a otros mandatarios, el último de ellos un Gordon Brown en horas bajas. Zapatero mezcla en sus consejos la defensa de ciertos valores y la fórmula para ganar votos. Pero su praxis denota que para él lo primero depende de lo segundo.

Brighton. Septiembre del 2009. Los laboristas se reúnen en un agónico congreso para analizar su difícil situación electoral. El Sr. Brown ve la tempestad sobre su cabeza. El Sr. Zapatero aparece como invitado y aún más, a lo que se ve por su discurso, como consejero. El Sr. Zapatero se está convirtiendo en un caballero de consejo. Europa pasa por este trance. Los consejos del Sr. Zapatero son elásticos y de amplísima aplicación. A mí me recuerda con frecuencia la irónica y fingida escena en que el rey de España, al que acompañaba su embajador en Liberia, miraba desde el coche a los desnutridos niños liberianos que agitaban banderitas españolas a su paso durante una visita oficial: «Dime, embajador ¿por qué están tan delgados esos niños?». «Porque no comen, señor», contestó entristecido el diplomático. Entonces el monarca ordenó a su chofer que parase, se apeó del vehículo y dirigiéndose a una de las criaturas le dio un cariñoso cachetillo en la mejilla y le dijo: «Hay que comer, hay que comer».

Si hay algo que domine el Sr. Zapatero son las frases convencionales sin contenido comprometedor. Pueden aplicarse por el anverso y por el reverso. El Sr. Zapatero anima al Sr. Brown: «La mejor manera de obtener el voto de los ciudadanos es ser fieles y coherentes con nuestros valores, ser el partido de la gente que no tiene de todo». En principio la frase parece granítica, digna de un monumento griego del siglo de Pericles. Dice: ser coherentes con nuestros valores... Suena bien. Pero ¿qué valores? Recorramos la historia del PSOE de la República acá. Y aún en la República. ¿Los valores políticos de unos dirigentes para conservar el poder o los valores ideológicos que se planteó el socialismo de masas en su nacimiento? ¿Los valores aptos para edificar una sociedad revolucionariamente distinta o los valores para únicamente «obtener el voto de los ciudadanos»? ¿A qué jugamos, a Moncloa o a sociedad? ¡Oh tempora, oh mores! Que traducido por un socialista de Pontevedra venía a decir melancólicamente: ¡Oh tiempo de los moros!

La situación resulta terminante en la mentalidad del dirigente socialista español: «Tenemos que crear un nuevo modelo económico». El espectador engalla la mirada, aprueba con el índice y espera animoso la descripción del modelo. Pero no hay descripción. Si acaso, el Sr. Zapatero aclara: mas no un modelo como en el pasado sino «garantizando que haya una transferencia de tecnología a los países pobres para que no se queden atrás». ¡Esto es absolutamente proletario! Solamente un pero: los países pobres ¿se han quedado atrás o los hemos dejado atrás? ¿Se han hundido en la pereza o los hemos desangrado? Esto no se aclara en Brighton. Es más, si transferimos tecnología a esos países ¿se hará para que el trabajo de sus masas, vendido miserablemente a las grandes multinacionales, produzca más plusvalía a los explotadores o para que esa transferencia fortalezca una producción propia, un sólido mercado propio y una capacidad igualitaria en la fijación de los precios originales? ¿Quién establecerá los precios de las materias primas obtenidas o semielaboradas por esos países: las bolsas de Washington, Londres, París o Berlín o los mismos productores nativos de esas naciones pobres a fin de autorescatarse mediante un mercado transparente y honesto? Tampoco se aclara en Brighton.

El Sr. Zapatero añade a lo anterior que «no habrá futuro para la humanidad si no hay un futuro para lo que menos tienen». Repito: la frase sería proletaria si tuviera fronteras intelectuales. Pero el «menos» la convierte en difusa; no se sabe si es absoluta o comparativa. «Los que menos tienen». Ay, ese reborde retórico... ¿Menos que qué, que quién, que cómo? Queda el cabo suelto. ¿Tiene menos ahora el Sr. Botín, por ejemplo y tras la crisis, que otros banqueros de su entorno occidental? ¿Entra, pues, el ilustre financiero como beneficiario en el ámbito de la frase? Dejemos la malicia. No retorzamos. Parece claro eso de los que «menos tienen». El Sr. Zapatero se refiere a los millones que sobreviven, no ya debajo un puente o en un set de cartones -porque esos han sido ya enterrados en la fosa común de la estadística- sino a quienes con un trabajo tenido por normal superan la última semana del mes devorando sucesivos platos de pasta al huevo adobada con un poco de encarchutada salsa de tomate. Conozco muchos casos. ¿Los conoce el ministro Sr. Corbacho, ministro de Trabajo, que ha declarado su seguridad de que una subida del IVA no afectará al coste de la vida? Tome usted un caballero de Hospitalet de Llobregat, trasládele a Madrid, ponga un banderín en su automóvil y el IVA se transforma simplemente en un verbo con falta de ortografía.

Las frases se suceden en Brighton como titulares de los capítulos de un libro con sus páginas en blanco. Ahora toca el momento de la creación de la nueva sociedad. Asunto trascendente, de calado definitivo. El Sr. Zapatero decide que es hora de abordar esa creación aprovechando los brotes verdes. Esto cobra tintes de ecologismo minimalista. Brotes verdes. Tomates verdes fritos ¿Cómo ha de ser la nueva sociedad? Para lograrlo sería menester realimentar el almacén de lo público. De ello hemos hablado ya en estas mismas páginas. Necesitamos rescatar la herencia creada con el esfuerzo colectivo y desviada hacia la riqueza privada por medio del testamento que consagra la propiedad como excluyente y adjudicada. Pero el Sr. Zapatero no se refiere a esta posibilidad ideológica. La nueva sociedad ha de constituirse simplemente «con hombres y mujeres que no sufran ningún tipo de dominación; ni por su situación económica ni por su origen, ni tampoco por su raza o por su orientación social». Ahora hay que ver cómo lograr este hermoso objetivo. ¿Permiten los sres. Brown y Zapatero esa dominación? Yo creo que sí. Es más, la alimentan militar y policialmente. El ser humano puede evadirse por si mismo de la dominación circunstancial, psicológica, emocional... Es difícil, pero se puede. Lo imposible es soslayar la dominación estructural a no ser que se cree un aparto institucional que permita al hombre ser sujeto de poder y de libertad, sujeto de soberanía, protagonista de su propio ámbito político. A eso se llama revolución, siempre menos dolorosa que la sangrienta represión necesaria para conservar la pirámide de clases. Ahora bien, lo primero que ha de hacer un socialista, si está tocado por el ala de la mariposa, es evitar los circuitos de represión para que el modelo nuevo pueda venir al mundo. De ello tampoco se habló una palabra en Brighton, que acabó con la ovación sentida de todos los delegados laboristas puestos en pie cuando el amigo español decidió regalarles el slogan mágico, los polvos de la madre celestina, la pata de conejo aún estremecida: «Suerte, suerte, trabajo, trabajo; esta es la clave de la victoria». Uno leía con buena fe, analizaba con honestidad. Pero ¿quién nos regalará la suerte? El mundo ha podido surgir del azar, aunque el azar es la forma con que los positivistas designan a Dios. Y Dios nos ha entregado el mundo para que no nos hagamos azarosos sino conscientes y determinados por la voluntad ¿Había alguna voluntad en Brighton? Había. Pero era una voluntad que se escurre como una serpiente por la boca de la urna. En cuanto al trabajo... ¿Aún más trabajo, Sr. Zapatero? Trabajo para sobrevivir, que no más; para librarnos del mal, para llegar arrastras al día siguiente. Trabajo comprado en el mercadillo del poderoso, donde nos miran los dientes y nos palpan los testículos reciclados en el INEM. Trabajo en definitiva para buscar trabajo. ¿Y esa es la clave de la victoria? Pero hombre, que mala suerte.

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