El otoņo del grunge y los aņos noventa
El rock n’ roll vivió su último pico creativo en los años 90. Aunque hay quien alza la voz para decir que no fue para tanto, el grunge y otras bandas ajenas a la etiqueta de Seattle como Black Crowes hicieron que el planeta vibrase a ritmo de rock por última vez. Ahora que se va otra década, varios grandes de los 90 siguen siendo noticia.
Alice In Chains, Black Crowes y Pearl Jam están de vuelta. Algunos sin haberse ido, otros habiéndolo hecho por agotamiento y otros porque el destino no les había dejado levantar cabeza en lustros. Varios de los capos de la década de los noventa, el último florecimiento del rock n’ roll con mayúsculas, animan este otoño del 2009 cargado de novedades discográficas.
Tirando de ironía, los 90 empezaron en 1987. Tras una década un tanto aciaga el universo independiente comenzaba a postularse como algo sólido. Mientras, a las multinacionales les brillaban los colmillos ante la aparición de bandas rompedoras con proyección de vender millones de discos. En aquel escenario, no tardaron en reventar Guns N’ Roses, Metallica, REM, Pixies y Jane’s Addiction, entre otros. Pusieron las bases para que los que viniesen después pudiesen entrar sin llamar a la puerta.
Los primeros 90 con 1991 como epicentro de la hecatombe, fueron la confirmación de que algo grande estaba pasando. La explosión del grunge y la capacidad de la propia escena por hacer aparecer nuevas bandas convirtieron aquello en una vorágine. Es en esos momentos cuando Alice In Chains, Pearl Jam y Black Crowes dieron sus primeros pasos. Los dos primeros lo hicieron en el seno del grunge que hizo explotar Nirvana, con aquella maravilla titulada “Smell Like Teen Spirit”. Los Crowes, por su parte, fueron los clásicos alternativos a los alternativos. Pese a que eran lenguajes diferentes y, a menudo, contrapuestos, los bolsillos del planeta daban para que muchas bandas escalasen en las listas. El rock era el lenguaje oficial de la música.
Cuando sacude la muerte
Alicia encadenada dejaba una discografía corta e intensa, abierta por “Facefilit” en 1990. Fue dos años más tarde cuando la banda más oscura del grunge llegó a la cima. “Dirt” era una ajustada mezcla entre rock duro de los setenta y el espíritu inconformista de su generación. Una especie de Black Sabbath interpretados desde el asfalto de la gran ciudad del cielo negro y los 300 días de lluvia anuales que era Seattle. En 1995 un disco homónimo sirvió de confirmación artística pero el camino al infierno ya estaba hecho. Un año más tarde vio la luz el “MTV Unplugged”, y muchos intuyeron un llanto de despedida en la voz de Staley.
Ahora Cantrell vuelve al frente de AIC junto a otro cantante, William DuVall, con Sean Kinney a la batería y Mike Inez al bajo. Los fans apegados a los mitos se rasgan las vestiduras ante “Black Gives Way to Blue”, el cuarto trabajo de estudio del combo estadounidense. Sin embargo, las once nuevas composiciones de Cantrell y compañía, muestran a una banda en forma, cercana a los parámetros de calidad por los que se movió.
Se pueden esgrimir argumentos etéreos como la magia o la emotividad que desprendía Staley, pero tampoco hay que olvidar que Cantrell siempre ha sido el principal compositor del cuarteto. Misticismo a un lado, “Black Gives Way to Blue” es, un desolado tratado de rock oscuro. Solo cabe disfrutar ante las dudas razonables que producen la nostalgia y la pérdida de Staley.
Pearl Jam era la cuarta cabeza mediática del grunge junto a Nirvana, Soundgarden y Alice in Chains. Fueron los últimos en aparecer en escena ya que “Ten” salió al mercado en 1991, pero los ecos del legado de sus miembros se remontan hasta mediados de los 80. Stone Gossard y Jeff Ament militaban en Green River, banda precursora del grunge que se separó sin alcanzar la gloria. Posteriormente, ambos se embarcaron en Mother Love Bone junto al enigmático cantante Andrew Wood. Duró poco la aventura ya que Wood murió por sobredosis en 1990.
Positivos
Gossard y Ament no podían creerse su mala suerte. Así conocieron al guitarrista Mike McCready, y en una espiral de presentaciones llegaron a un nuevo proyecto con el batería Jack Irons y el vocalista Eddie Vedder. Las diez manos de “Ten” ya estaban juntas.
Para el recuerdo quedó el bello disco homenaje a Andrew Wood, titulado “Temple of The Dog” (1991), en el que colaboraron miembros de Pearl Jam y Soundgarden.
Pearl Jam apuntaló su estrellato con “Vs” en 1993. Musicalmente no eran tan obvios como sus coetáneos aunque mamaban de las mismas fuentes. Un año más tarde “Vitalogy” los encumbró definitivamente. En 1998 solventaron sus problemas con los baterías con la adhesión de Matt Cameron, ex de Soundgarden y amigo de la banda.
Como formación de referencia publicó cuatro discos introspectivos hasta que para su octava obra decidieron crear la versión 2.0 de Pearl Jam. Encendieron las luces y volvieron a esquemas primitivos y positivos en el homónimo de 2006. Con “Backspacer”, en pleno 2009, ahondan en la línea iniciada hace tres años.
La nueva colección de canciones de mermelada de perla lleva el punk con esencia pop por bandera. El arrebatador inicio que va desde “Gonna See my Friend” a “Johnny Guitar” propone guitarrazos musculados, una sección rítmica veloz y un Vedder adornando aquí y allá. El otro bloque lo marca la línea épica plasmada en dos medios tiempos, “Amongst the Waves” y “Unthought Known”, que sin llevar la carga enérgica de sus clásicos, son de lo más reseñable de “Backspacer”. Vedder cuela “Just breed” y “The End”, temas emparentados con los de su disco en solitario para la banda sonora de “Into The Wild”; y se la juega con “Speed of Sound”, un tema que desprende cierto aroma a Roxy Music.
No es “Backspacer” una obra capital en la carrera de Pearl Jam pero sí es un disco más que digno y significativo de lo que los de Seattle son a día de hoy. Hubo composiciones peores y mejores, más oscuras pero no más alegres. “Backspacer” estará en la mitad de la tabla de la singladura de Vedder y compañía.
Los clásicos
El arranque de los noventa no se caracterizó únicamente por la aparición del grunge. Había espacio para casi todo. El funk de Red Hot Chilli Peppers, el rock grandilocuente de Guns N’ Roses, la locura de Primus, o la progresión de Faith No More marcaron aquellos días. Black Crowes estaban en ese grupo.
La banda de los hermanos Robinson debutó con “Shake Your Money Maker”. Con claras referencias a Stones y Faces, los de Atlanta suponían un soplo de aire fresco para el rock de la vieja escuela. En su segunda obra, “The Southern Harmony and the Musical Companion”, los Crowes giraron hacia el rock sureño. Con dos discos casi habían redondeado su carta de presentación. La cuadratura del círculo llegó con su tercera obra, “Amorica”. Allí el rock descarado y el southern se daban la mano con el espíritu hippy de Grateful Dead para ir más allá.
Establecidos en el estatus de clásicos, los cuervos negros publicaron buenos discos hasta un parón de varios años, que terminó el año pasado con el lanzamiento de “Warpaint”, un trabajo que volvía a colocarlos en el mapa sin hacer demasiado ruido.
“Before The Frost... Until the Freeze”, su nuevo álbum, es un ejercicio, otro, de respeto a la música popular estadounidense. Si Black Crowes se hubiesen propuesto hacer un trabajo antropológico, el resultado hubiese podido ser más extenso, pero no más acertado.
Los Robinson y sus nuevos y viejos escuderos cantan a la belleza desde la belleza revisitando los sonidos bajo la superficie del rock americano. Stephen Stills y Manassas, Little Feat, The Band, Fying Burrito Brothers, Derek And The Dominos e incluso Sly & The Family Stone son algunos de los referentes que se añaden a los ya clásicos Allman Brothers, Rolling Stones, Faces y Grateful Dead.
Un brillante trabajo, doble en el vinilo y un tanto desperdigado en su edición en cd, en el que destacar una composición por encima de otra no es tarea fácil. Quizá “Good Morning Captain”, “Greenhorn”, “Appaloosa”, “Houston Don’t Dream about Me” y “So Many Times” sirvan como un leve catálogo de lo que esconden los surcos de “Before The Frost.... Until the Freeze”.
También están de vuelta Living Colour. Tras un intento fallido en 2003 con “Callideoscope”, el grupo negro más relevante de la historia del rock en los últimos veinte años alcanza con brillantez su quinto paso discográfico. “The Chair in the Doorway” devuelve a Living Colour la credibilidad perdida con un lamentable parón de una década.
El cuarteto de Nueva York creció en los 80 gracias a “Vivid” (1988) y se hizo mayor en los primeros 90 gracias a “Biscuit” (1990) y “Staind” (1993). En “The Chair in the Doorway” los militantes de la Coalición del Rock Negro vuelven a sus orígenes eclécticos con funk, rock y heavy como principales coordenadas.