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PREMIO NOBEL DE LA PAZ

En plena obamamanía, Nobel de la Paz a un presidente de EEUU novel

El Comité noruego ha premiado este año con el Nobel de la Paz los esfuerzos y las intenciones de un presidente de EEUU, Barack Obama, que no lleva nueve meses en el cargo. En su justificación, el Comité alaba el «nuevo clima internacional» y llega a atribuir a Obama, inmerso en el rediseño de la campaña afgana, atributos y virtudes que responden más a la visión que de él se ha creado en Europa -la llamada obamamanía- que a la simple y cruda realidad.

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Dabid LAZKANOITURBURU I

El Comité Nobel noruego se subió al carro de la obamamanía reinante en Europa y otorgó al actual presidente de EEUU el premio Nobel de la Paz 2009 en una decisión que, más que sorpresa en sentido estricto, confirma la sensación de que todo es posible en torno a este desprestigiado galardón.

El Comité justificó su controvertida decisión presentando a Obama como el actual portavoz del Planeta, dejando en evidencia que son los discursos, la oratoria y las promesas del inquilino de la Casa Blanca los que han inclinado la balanza a su favor para la entrega de un premio para el que este año parecía no haber favoritos.

Tampoco podía ser de otra forma, habida cuenta de que el primer presidente negro de la historia de EEUU no lleva ni nueve meses en el cargo -lo asumió el 20 de enero de este año, tras vencer en los comicios del 4 de noviembre de 2008-. Nadie, ni el propio Obama, podría en ocho meses y medio de actividad merecer un premio de semejante calado -teórico-. Menos aún si su actividad es la de dirigir un país que, no se olvide, sigue siendo la primera potencia, también militar, del Planeta, lo que conlleva aparejadas unas servidumbres y unos juegos de equilibrios difícilmente compatibles con el pacifismo.

Cierto es que Obama es el tercer presidente estadounidense en ejercicio en recibir este galardón (Theodore Roosevelt en 1906 y Woodrow Wilson en 1919), pero lo prematuro de su entrega a Obama no ha pasado desapercibido. Hasta el punto de que el secretario del Comité Nobel, Geir Lundestad, tuvo que explicar que «por supuesto que esperamos que con el tiempo lleguen cambios concretos, pero (...) hemos compartido el sentimiento de que era apropiado apoyarle lo más posible en su lucha continua por sus ideales». Toda una muestra de «falsa modestia» -la pretensión de influir en la política estadounidense- por parte de un Comité noruego al que la Humanidad estará a partir de ahora eternamente agradecida.

El presidente del citado Comité Nobel, Thorbjoern Jagland, glosó en su lectura del premio de este año los innegables esfuerzos del presidente Obama por propiciar un nuevo clima en la política internacional y su posición a favor de negociar un desarme nuclear.

Estas posiciones de Obama, que se han traducido en la puesta en marcha de una visión multilateral (algunos la presentan como minilateral -frente al unilateralismo anterior- y en la retirada del polémico escudo de misiles en Europa Central anticipan -que no confirman todavía- la posibilidad de que se abra un nuevo rumbo en la política internacional de EEUU. Pero son, de momento, más deseos que realidades.

Pero es que el Comité Nobel va más allá y llega a atribuir a Obama virtudes o intenciones difícilmente asumibles por el inquilino de la Casa Blanca.

Es lo que tiene la obamanía, que llega a caricaturizar -por exceso- la figura-fenómeno Obama, llegando a desvirtuarlo.

Paradojas, Obama recibió la noticia del premio el mismo día en que se reunía con sus generales -en realidad lleva haciéndolo toda la semana- para decidir la estrategia militar en torno a la endemoniada campaña militar afgana. Y ojalá me equivoque, pero no creo que el presidente vaya en este caso a «privilegiar el diálogo y la negociación como medio para resolver los conflictos internacionales, incluso los más difíciles», como reza el comunicado del Comité.

El presidente de este último, Jagland, contemporizó sobre el particular poniendo el acento en que «el conflicto de Afganistán nos concierne a todos. No es responsabilidad exclusiva de Barack Obama. Pero existe la esperanza en que la mejora del clima internacional (por la que ha sido distinguido el laureado) podrá ayudar a resolver el conflicto», añadió.

«De las palabras a los hechos»

Más allá de las distorsiones que genera la obamanía -de la que paradójicamente está libre EEUU, donde la aún alta popularidad de Obama no vive sus mejores horas-, son muchos, cada vez más, los expedientes que se resisten al presidente de EEUU y que motivaron que la Federación Internacional de Ligas de los Derechos Humanos (FIDH) instara ayer al premiado a «pasar de las palabras a los hechos». La Casa Blanca ha filtrado estos últimos días que la primera promesa que hizo Obama nada más llegar, la de que cerraría el centro de detención de Guantánamo en un año, probablemente tendrá que esperar.

Más sangrante, sobre todo porque no hablamos de cientos, sino de millones de prisioneros -esta vez en su propia tierra-, es la ausencia de avance alguno -al contrario- en la resolución del drama del pueblo palestino. La última foto a la que logró congregar al israelí Benjamin Netanyahu y al palestino Mahmud Abbas no fue más que eso, una instantánea ilusoria.

Tampoco las promesas de desarme nuclear de Obama van mucho más allá. No falta quien recuerda que, aun cuando EEUU y Rusia lograran firmar un nuevo tratado de reducción de cabezas nucleares para sustituir al extinto START, ambas potencias conservarían un número suficiente como para destruir la Tierra varias veces.

Las referencias del Comité Nobel al supuesto impulso bajo la Presidencia de Obama de instituciones internacionales como Naciones Unidas chirrían a la vista del estado inoperante -autista- en el que está la ONU.

Lo mismo cabe decir sobre las realmente escasas -aunque magnificadas por el Comité- expectativas en torno a un giro de EEUU sobre el cambio climático.

Al final, queda la impresión de que el Comité ha buscado, con su forzada elección, restaurar su prestigio perdido tras anteriores y polémicas nominaciones. Y que, al final, ha logrado justo el efecto contrario. El de confirmar su deriva.

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