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Joseba Ginés Eleno Historiador de Arte

Los votos manchados de sangre

 

La frasecita, cuentan las crónicas que la firmó Roberto Jiménez en el chupinazo de fiestas de Villaba. Que nadie se extrañe; si estuviéramos hablando de una frase respetuosa, sin demagogia de saldo o medianamente inteligente estaríamos hablando de otra persona. Una vez más, y como es habitual en políticos de discurso hueco, hay quien necesita recurrir al manual de las frases hechas con tonterías aprendidas para no salirse del guión. En esta ocasión, Jiménez escenificó su comedia para después justificar puerilmente el mismo plan de siempre.

Con arrogancia intimidatoria, dedo índice acusador por delante, señaló a sus objetivos. Además de la puesta en escena, a nuestro comediante le pareció que con la simpleza aprendida no era bastante, así que la cambió por unos insultos en toda regla: unos para quien lanzaba el cohete y otros para quien respetaba ese derecho derivado de la voluntad popular. No se vuelvan a extrañar, fue una de las primeras lecciones que recibió de su antecesor y uno de sus maestros, Gabriel Urralburu, aquel amante de las comisiones, que animaba a «insultarles o escupirles si hace falta». Así era el maestro, además de ladrón, farruquito y faltón.

Roberto Jiménez, que en otra vida fue muñeco de José Luis Moreno, vida de la que conserva el verbo prestado y el peinado tan hueco como su soporte capilar, se debió sentir como el general Moscardó en el Alcázar de Toledo. Sin embargo, esta vez los rojos no sólo habían tomado la calle, sino que también estaban dentro e iban a cometer la osadía de lanzar el cohete, por una razón tan difícil para sus entendederas como es la del respeto democrático a los resultados de unas elecciones; las mismas dificultades que Moscardó.

Para colmo, sus aliados del requeté y la Falange habían escenificado la huida. Aunque con la desbandada de los de la boina roja y la de la camisa azul también pensó que todos los flashes serían para él; propaganda del régimen, como Moscardó.

Jiménez buscó su minuto de gloria, pero encontró el ridículo, ya que como cantaba el tango, fingió su dolor barato. No es que el ridículo fuera una inconveniencia para nuestro aprendiz de Urralburu, porque por tener tiene para éste y para mil minutos más. Hubo quien no tuvo tanta cara y se fue para su casa cuando desde Ferraz les enmendaron la plana en otro, uno más, de los históricos ridículos de los del capullo en el puño.

Volviendo al manual, hay quienes dicen que cada vez que algún representante de ANV lanza un cohete festivo se está «insultando a las víctimas del terrorismo». Digo yo, y sin entrar en consideraciones sobre su mezquino concepto de víctima, que otorga esa categoría a los antiguos mártires caídos por Dios y por España y se la niega a las miles de personas que han sufrido la violencia proveniente de las diferentes y múltiples esferas del estado, antifranquistas incluidos, que ello debe ser por aquello de la pólvora y la mecha, peligrosos materiales explosivos bajo sospecha de colaboración.

Sin embargo, cuando son ellos quienes lo lanzan, la pólvora y la mecha no les debe hace recordar que se está insultando a la memoria de todos esos cientos de miles de personas que fueron víctimas de esa dictadura, de la que tanto poder ilegítimo han heredado, y a la que tanto se niegan a condenar. Tampoco les debe hacer recordar que sus cohetes pueden ofender a todos los miles y miles de víctimas que provocaron con la guerra de Irak, aquella maldita invasión a la que sus representantes corrieron a da el consentimiento.

Otro tanto vale para el señor Jiménez, a quien le podríamos preguntar si los votos manchados de sangre son de los de quienes, desde la sede de su partido, crearon una organización terrorista que enterró en cal viva a ciudadanos vascos después de torturarlos hasta la muerte.

Una guerra sucia que lejos de ser un mal recuerdo, sigue presente con secuestros y desapariciones, y que su partido, como también lo hizo entonces, sigue negando para que la impunidad pueda continuar, aunque el silencio les delate. También podríamos preguntarle si los votos sangrados corresponden a quienes envían fuerzas militares a cualquier parte del mundo para que siempre mueran los más débiles a causa de sus democráticos bombardeos de paz.

Cualquier mediocre tertuliano, político o diputada se atreve a insultar o a despreciar a los votantes y a los representantes de la izquierda abertzale, porque saben que juegan con ventaja, porque todo les vale y les está permitido para su descrédito, porque en las tertulias mediáticas no se pueden defender al ser excluidos, porque saben que sus concejales y concejalas tendrán que callar y no podrán debatir en igualdad de condiciones, salvo riesgo innegable de acabar en la Audiencia Nacional o acabar entre rejas. A las pruebas me remito.

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