Fermín Gongeta sociólogo
Intransigencia y rebeldía
La intransigencia es una actitud siempre unida al poder, a la dominación, y así lo ilustra Fermín Gongeta con numerosos ejemplos reales y actuales, a pesar de que los intransigentes se la atribuyen a quienes la padecen. Frente a la intransigencia sólo caben dos posturas: la sumisión, que es aceptación de aquélla, o la rebelión, propia de quien es consciente de sus derechos.
La intransigencia es un atributo del poder. La rebeldía es una cualidad del pueblo. Intransigente, según los diccionarios, es aquel que no hace ninguna concesión desde su autoridad radical y dogmática. Es quien domina.
Desde el poder, tanto económico como político y religioso, el intransigente acumula pretendidos derechos territoriales, cívicos y por supuesto económicos. Su única obsesión es incrementarlos y defenderlos. La prensa, radio y televisión se encargan luego de justificarlos.
¿Quién es intransigente? ¿El presidente del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet, pidiendo que «España modere los salarios y abarate el despido»? ¿O son intransigentes los 160.747 trabajadores afectados por el paro en Hego Euskal Herria?
¿Quién es intransigente? ¿El alcalde de Barakaldo que cobra un sueldo de 83.000 euros al año, o las 125 personas que diariamente acuden humillados al banco de alimentos del municipio porque no tienen nada para subsistir?
¿Es intransigente el Gobierno del Estado francés, principal accionista de France Telecom, o han sido intransigentes los 24 trabajadores que han optado por el suicidio a lo largo del último año y medio, poniendo en evidencia la tiranía de la patronal?
¿Es intransigente el consejero Ares persiguiendo y destruyendo fotografías de los presos políticos vascos y acosando a sus familiares y amigos? ¿O lo son éstos por recordarlos públicamente?
¿Es intransigente el ministro Rubalcaba, sus directores, guardianes y médicos de cárceles del Estado, con su vengativa política carcelera, o lo ha sido el preso de Langraiz que murió a falta de atención médica? ¿Quiénes son intransigentes?
¿Es intransigente Roberto Micheletti, designado presidente de Honduras tras el golpe de estado, o lo es el pueblo, que a la fecha mantiene ya más de 100 días de resistencia mostrándose a sí mismo y al mundo que la dignidad es capaz de vencer todos los miedos?
Unicamente puede ser intransigente quien posee el poder. Sólo él es intolerante y radical frente a las reivindicaciones del subordinado y del desposeído.
La intransigencia del dinero y del poder es la enfermedad mundial, la pandemia de unos pocos, que genera guerra, hambre, destrucción y abandono en el resto del planeta. Porque es falsa la idea de que haya un límite para el apetito humano.
Ellos, los gobernantes a quienes no les salen las cuentas porque, tras socorrer la usura de los bancos, no les queda dinero para sus presupuestos, para sus gastos, no transigen en su escasez. Por eso subirán el IVA, el impuesto de todos. También de la cesta de la compra, ellos -los gobernantes- nos quitarán un poco más que antes. Roban hasta en los platillos de los ciegos.
Ellos, los de arriba, la ONU, el FMI, el Banco Mundial, el G20 y sus gobiernos, los que tienen el dinero, el poder y las armas, llaman intransigentes a quienes defienden sus derechos, el derecho a la libertad, a un salario digno, a un techo, a un trato de igualdad.
Por eso el Gobierno del Reino de España ha incrementado las leyes represivas, cerrando cada vez más el espacio democrático. Y endureciendo las penas, ha saturando sus cárceles hasta el hacinamiento. Han transformado las leyes, que podían ser herramientas de convivencia en armas de destrucción democrática.
Tampoco le anda rezagado el endurecimiento de las interpretaciones legales de ciertos jueces. ¿No continúan aplicando la cadena perpetua a quienes pertenecen al colectivo de «presos políticos vascos»? (Entrecomillado tomado del «Abc» del 9 de agosto de 2004).
Es frente a la intransigencia del poder cuando y donde se alza la rebeldía de aquella parte del hombre que no quiere inclinarse. Porque, como diría Bretón, hay demasiado norte en el rebelde como para ser persona de total sumisión.
El relator de la ONU Martín Scheinin mantenía en su reciente visita a Leioa que «la exclusión política es una mala decisión [del Gobierno del Reino de España]. Al cortar las vías políticas -precisaba el relator- puede hacer que la gente apueste por la violencia».
Viene a decir lo que Albert Camus, premio Nobel de Literatura, afirma en su obra «El hombre rebelde» (Alianza, 1982): «La rebelión nace del espectáculo de la sinrazón ante una condición injusta e incomprensible (...) la rebelión se hace contra la mentira y contra la opresión».
«¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. (...) ¿Cuál es el contenido de ese no? (...) Significa, por ejemplo, `las cosas han durado ya demasiado', `hasta ahora sí; en adelante, no', `vais demasiado lejos' y también `hay un límite que no pasaréis'» (o. c.).
«El hombre rebelde es el hombre dedicado a reivindicar un orden humano en el que todas las respuestas sean humanas, es decir, razonablemente formuladas».
No son muchas las posibilidades que se nos abren como respuesta a las situaciones tan dramáticas que actualmente se viven en Hego Euskal Herria. Depende de qué lado se encuentre uno, si con los necesariamente intransigentes o del lado de los aplastados por esa estúpida severidad generadora ya sea de sumisión o de rebeldía.
La sumisión es el silencio, la aceptación de la opresión, de la falta de libertad, de la sinrazón. Es aprobar y bendecir todas las justificaciones que a diario nos lanzan en radio, prensa y televisión quienes están en el poder, ya sea político, religioso o empresarial. Todo es fuerza del dinero.
Frente a la sumisión, «la rebeldía es el acto del hombre informado que posee conciencia de sus derechos... Es una de las dimensiones esenciales del hombre... Aparentemente negativa, la rebeldía es profundamente positiva, pues revela lo que hay que defender siempre en el hombre» (o. c.).
Descartes dijo -tal vez torpemente- «pienso luego existo». Euskal Herria lleva demasiado tiempo pensando, con sus hijos desperdigados por las cárceles de los dos estados que le rodean, pero sin libertad. Es la rebeldía la que me hace desprenderme de las cadenas exteriores de la intransigencia, y de las interiores mías del miedo.
Saber que formo parte de los 160.747 trabajadores afectados por el paro; que soy uno de los 125 menesterosos que acudimos al banco de alimentos de Barakaldo; uno de los que ha vivido con los 24 trabajadores de France Telecom que se han suicidado. Soy uno de los presos políticos vascos muertos a causa de la venganza de las cárceles. Soy José Ramón Goikoetxea, Mikel Lopetegi, José María Aranzadi, Juan Karlos Hernando, Oihane Errazkin, José Ángel Alzuguren, asesinados en prisión. Yo soy el pueblo de Honduras que sale a la calle y exige libertad y humanidad, que es democracia.
Coincido con Albert Camús. «A partir del movimiento de rebeldía, se tiene conciencia del ser colectivo, y la aventura es de todos. Es un lugar que funda en todos los hombres el primer valor. Yo me rebelo, luego existimos».