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Mertxe AIZPURUA | Periodista

Para desgracia de todos

Ya no se teme a la muerte en Occidente. Lo que ahora aterra es la enfermedad, el colesterol, no ser sano y saludable y, en consecuencia, los kilos de más. Dieron con una infame frase publicitaria, nos creímos la mentira de que pesan más los kilos que los años, y se abrió el tiempo de tablas de calorías, gimnasios compulsivos y dos sagrados litros de agua al día. Aunque tengas que trasegarlos con embudo. A «Las tres gracias» de Rubens les sobra ahora mucha gracia, la primavera de Boticcelli resplandecería más con diosas escuálidas y ninfas transparentes y Rubén Darío se lo pensaría dos veces antes de escribir su, hoy, políticamente incorrectísimo «Elogio a los gordos». Pase si sólo fuera una moda, pero si esta misma semana, en Gran Bretaña, la obesidad de los padres ha sido causa suficiente para retirarles la custodia de tres de sus hijos -el bebé que acaba de nacer, entre ellos-, el asunto adquiere un nivel de crueldad insostenible. Nos construyen una sociedad que genera obesidad y terminamos haciendo culpables de esa obesidad a los que la sufren. De padres con sobrepeso, hijos con sobrepeso, dicen las autoridades sanitarias. Y, en lugar de buscar otras medidas, arramplan con los niños y los someten a una dieta en la que la falta de hamburguesas no será el peor síndrome de abstinencia que vayan a sufrir. Será coherente defender que las autoridades deben proteger a los hijos incluso de sus padres pero cada vez nos resulta más complicado protegernos de las autoridades en todos los órdenes de la vida. ¿De padres gordos, hijos gordos? Conclusión tan cierta como que padres imbéciles generan hijos imbéciles. Y de éstos -padres, madres, hijas e hijos- los hay a paletadas. Pero hoy la imbecilidad está mejor vista que las gorduras. Para desgracia de todos. Gordos o flacos.

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