Nicola LOCOCO I Filósofo
¡Sin vergüenzas!
Mundo y sociedad cada vez más acordes y coherentes con los políticos que dicen ser, sin vergüenzas ni sonrojos, nuestros auténticos representantes democráticos
Sin vergüenzas y sin esperanzas acude en chándal, exhausto, el desempleado a las oficinas del INEM, cual pobre vergonzante, mendicante, suplicante, andrajoso harapiento, diciendo a todo ¡amén!
Sin vergüenzas y sin miramientos, en bata y zapatillas, va el ama de casa al supermercado más cercano para rebuscar de entre las más baratas marcas blancas, genéricas y contragenéricas, oferta tras oferta, cómo llenar la cesta desentrañando secreto arcano, si es que antes, desesperada, no se ha dejado el sueldo a hurtadillas en las máquinas tragaperras, aparentes reinas Midas.
Sin vergüenzas y sin remilgos sale a la calle el anciano fumando las últimas colillas guardadas en la cartera la noche anterior, pasada en vela escuchando la radio, huyendo de la soledad y el frío hogar con lo puesto y su mísera jubilación, prestando atención sentadito en un banco al fresco, cómo consume el resto unos poco y otros tanto, para mayor depresión.
Sin vergüenzas ni pudores suspira la viuda honorable recordando con nostalgia y sudores la pobre vida que le dio su marido, pues ahora su existencia es miserable.
Sin vergüenzas y sin tapujos, la asqueada juventud, sin empleo, sin ingresos, sin capacidad de poderse independizar y sin familia que criar, opta forzada por quedarse cómodamente en la casa paternal, viendo el tiempo pasar, hasta el día en que los viejos vayan al ataúd, para poder heredar. ¡Que no es mal plan!
Sin vergüenza ni esconderse muchos mendigos prefieren hacer acopio de alimentos en los contenedores de basura que adornan nuestras pomposas aceras bien iluminadas de la ciudad antes que acudir a los comedores y albergues de caridad en los que la entera sociedad desea ocultarlos por molestar su realidad.
Sin vergüenzas ni complejos nos mira el inmigrante africano a nosotros los ciudadanos blancos que le despreciamos por saber que de su mano depende la riqueza que gozamos por inercia, como caída del cielo y que le explotamos con o sin papeles, como anteriormente hicimos con sus antepasados.
Sin vergüenzas los presos despojados de la libertad cumplen sus penas por saberse no peores que los que estamos fuera y que sólo nos diferenciamos en que podemos cada cuatro años votar, pues resulta que también cotizan al paro y la seguridad social.
Sin vergüenzas los locos ríen y se carcajean de toda charla oficial que les recluye y aparta de la sociedad y, lo más desquiciante, ¡hasta de la producción!, pues ellos como nosotros confían en su verdad, y en esto no les falta razón.
Sin vergüenzas los bebés en las guarderías, berrean, lloran y patalean haciendo ruido tremebundo, buscando con sus asustados ojos a la mamá y el papá que se suponía le amaría más que a su propia vida, le cuidaría, le mimaría y le daría todo el amor del mundo... mundo y sociedad cada vez más acordes y coherentes con los políticos que dicen ser, sin vergüenzas ni sonrojos, nuestros auténticos representantes democráticos. Por lo que se ve, hay que ser muy, pero que muy sinvergüenza para entrar en un partido político y tener éxito. Esto último no rima, pero es verdad.