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El fenómeno migratorio de las aves

Un viaje postnupcial hacia la supervivencia

Euskal Herria está situada en uno de los principales ejes migratorios de aves de Europa. Desde la costa de Gipuzkoa hasta el monte Ori, en esta época otoñal los collados de montaña se convierten en lugares privilegiados para disfrutar de un fenómeno que fascina a quienes tienen la suerte de contemplarlo.

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Iñaki VIGOR

La migración de aves se ha relacionado siempre con el otoño, por ser en esta época cuando se produce el paso de millones de ejemplares en busca de tierras templadas y alimento para poder pasar el invierno. Sin embargo, este fenómeno suele comenzar a mediados de julio con el paso del milano negro, una rapaz de tamaño medio que ya a mediados del mes de febrero suele trasladarse a sus territorios de nidificación. Ello se explica porque cada especie acompasa sus ciclos biológicos a sus requerimientos ecológicos. A los milanos negros, se supone que debido a una evolución de millones de años, les resulta más ventajoso regresar a sus lugares de invernada cuando otras muchas especies todavía están inmersas en la crianza.

Durante las pasadas semanas ya han atravesado el Pirineo vasco la mayoría de las especies migratorias, como halcones abejeros, aguiluchos, cigüeñas, águilas pescadoras, gavilanes, azores o ratoneros, y durante estos días todavía están pasando milanos reales, halcones peregrinos, cernícalos, lavanderas blancas, grullas, palomas y otras pequeñas especies de la familia de las cardelinas y verderones.

La especie que más población tiene en el ámbito europeo, dentro de las aves de pequeño tamaño, es el vencejo. Es todo un espectáculo ver pasar miles y miles de ejemplares en una sola bandada, pero todavía resulta más llamativo el paso de las cigüeñas y, en especial, de las grullas, no sólo por su tamaño sino porque forman bandos que pueden alcanzar los 2.000 ejemplares. En muchas ocasiones su presencia se detecta por el oído antes que por la vista, ya que emiten constantemente su famoso «trompeteo» o graznido para mantener el bando interconectado.

En Euskal Herria, el paso de aves alcanza toda su magnitud desde mediados de octubre hasta mediados de noviembre. Campos, bosques y cielo se llenan de vida con la presencia de millones de pajaricos y cientos de miles de grandes aves que realizan lo que se conoce como «pasa». Una vez concluida su reproducción, más de un centenar de especies de aves inician un gran viaje postnupcial. Pero no es un viaje de placer, ni mucho menos, porque en esta larga travesía acechan peligros en forma de escopetas o de tendidos eléctricos, donde pueden morir por choque o electrocución. Además, los más pequeños tienen que recurrir a estrategias para no servir de alimento a especies de mayor tamaño. Para no ser presa de las aves rapaces, pinzones, estorninos, jilgueros, golondrinas y aviones zapadores realizan de noche su viaje migratorio.

La mayoría de las especies migratorias proceden del centro y norte de Europa, y recorren más de 3.000 kilómetros antes de asentarse en la Península Ibérica o en el norte de Africa para obtener alimento y pasar los duros meses invernales. Otras especies suelen triplicar esta distancia, e incluso atraviesan los más de 2.000 kilómetros del desierto sahariano para asegurarse el sustento. Pero para llegar hasta allí también tienen que aprovisionarse por el camino, y los bosques y campos vascos les proporcionan abundante comida, sobre todo en Nafarroa, donde suelen recuperar las reservas energéticas perdidas tras su paso por las montañas. Ello explica que la mayor parte del contingente de aves de Europa occidental se canalice a través de los collados más bajos de este herrialde.

Un observatorio privilegiado

Es en uno de estos collados, el de Ibañeta, donde la asociación ecologista Gurelur dispone de uno de los mejores observatorios de todo el Pirineo. Se trata del Centro de Migración de Aves Roncesvalles-Orreaga, situado a 1.057 metros de altitud y en un terreno muy accesible, que fue cedido por la Colegiata de Orreaga para un periodo de 50 años. En sus 16 años de existencia, este centro ha contabilizado más de 85.000 visitantes, entre los que se encuentran escolares de Nafarroa y de los territorios limítrofes, grupos sociales, ornitólogos y personas dedicadas de forma profesional o como simple afición a la observación de las aves, muchas de ellas procedentes del Estado francés.

Este centro abre sus puertas el 1 de julio y ya no se cierra hasta finales de noviembre, cuando ya han acabado de pasar las últimas especies, que suelen ser las grajas o grajos, que de ambas formas se les denomina. Estas aves, de la familia de los córvidos, han dado lugar a un dicho que suele indicar la llegada de los fríos invernales y por tanto el fin de la migración: «Cuando pasa el grajo hace un frío del carajo».

Una vistosa exposición explica por medio de paneles el fenómeno de la migración en euskara, castellano, inglés y francés, mientras varios expertos atienden las dudas de los visitantes. Además, el centro dispone de material gráfico para ayudar a reconocer las variadas especies que atraviesan este collado, tanto a simple vista como por medio de prismáticos y telescopios que se prestan de forma gratuita. A pesar de estar muy acostumbrados a ver cruzar las aves por este collado, próximo a Lindus, los ornitólogos de Gurelur se siguen maravillando cuando contemplan este gran espectáculo migratorio, sobre todo cuando sobre sus cabezas aparecen especies poco comunes. «Hace unos cuantos años nos emocionábamos cuando veíamos una cigüeña negra o un águila pescadora. Afortunadamente, ahora estas dos especies se ven con mucha más asiduidad, pero no gracias a nosotros, sino a las personas que trabajan en Centroeuropa para su protección», explica Antonio Munilla en nombre de Gurelur.

Se quedan en Las Landas

Desde hace unas décadas se ha comprobado que el cambio climático también está afectando al fenómeno migratorio. Hasta el año 1984 todos los ejemplares de cigüeña blanca abandonaban en invierno las tierras navarras y alavesas para desplazarse a lugares más cálidos. Sin embargo, los miembros de Gurelur detectaron que ese año se quedó un ejemplar en Corella, y recuerdan que hubieron de proporcionarle alimento porque se congelaron las balsas de la comarca y no podía autoabastecerse.

En la actualidad, las cigüeñas blancas adultas de Nafarroa y otras provincias vecinas ya no migran, sino que se limitan a efectuar pequeños desplazamientos. «Una parte importante se traslada a comer a un vertedero de la provincia de Madrid, en un viaje que apenas les cuesta medio día. Permanecen allí durante quince o veinte días, pero luego vuelven otra vez, por lo que no es una migración. Sin embargo -precisa Munilla-, los ejemplares jóvenes siguen manteniendo su comportamiento migratorio. Pero ya no hacen 6.000 kilómetros hasta el centro y el sur de Africa, como hacían antes, sino que se quedan en la Península Ibérica o en el norte de Africa».

También se han constatado cambios en otras especies por influencia del cambio climático. Así, hasta hace unos cuantos años pasaban por el Pirineo navarro una media de 70.000 ejemplares de grulla y casi todos ellos viajaban hasta los encinares de Extremadura en busca de alimento. Sin embargo, se ha comprobado que desde hace unos pocos años unos 20.000 ejemplares se quedan en Las Landas. «Todo esto nos está diciendo que el clima está cambiando», advierte este ornitólogo.

Las palomas se decantan más por la costa que por la montaña

La especie más conocida del fenómeno migratorio en Euskal Herria es la paloma torcaz, cuyo aprovechamiento cinegético moviliza cada año a miles y miles de cazadores. También en esta especie se está produciendo un cambio tremendo, porque cada vez pasan menos ejemplares por collados del Pirineo vasco donde hasta hace pocas décadas era bastante habitual ver bandos de incluso 20.000 palomas.

Aquel magnífico espectáculo ya casi ha desaparecido. Por el contrario, la costa de Lapurdi y Gipuzkoa se está convirtiendo en un gran pasillo para estas aves, tal como lo constata la estación de conteo instalada en Urruña. El año pasado se registró una cifra récord, histórica, con casi 800.000 ejemplares en unos pocos días. En las mismas fechas del año 2000 apenas se contabilizó una sexta parte (128.000 ejemplares), en 2004 ya había ascendido a 310.000 y en 2005 atravesaron junto a la costa vasca nada menos que 1,3 millones de palomas entre octubre y noviembre.

Los datos de este año también parecen confirmar esta tendencia. Así, hasta el pasado 28 de octubre se había contabilizado el paso de más de un millón de palomas por cuatro puntos de conteo de Ipar Euskal Herria, de los que más de la mitad correspondían al de Urruña. En Arnegi y Banka habían registrado más de 200.000 ejemplares cada uno, y en Sara apenas se habían superado los 100.000.

Una de las posibles explicaciones a este cambio tan notorio la da el propio Munilla: «Cuando hay un cambio climático, también hay cambio en las condiciones ecológicas que una especie precisa para realizar su desplazamiento. En un viaje tan largo, necesitan lugares donde descansar y alimentarse. El ser humano ha modificado de manera brutal el ecosistema, con carreteras, embalses, urbanizaciones, cambio de bosque a pastizal, etc., y todo eso, en su conjunto, afecta a muchísimas especies que utilizan el territorio como zonas de aprovisionamiento, alimento y descanso en su largo viaje».

En Euskal Herria todavía se conserva el ancestral método de caza de palomas de pasa con red. Este método está prohibido en el Estado español, pero permitido en Etxalar por su valor cultural e histórico. De hecho, sus palomeras fueron declaradas Bien de Interés Cultural en diciembre de 2008 al cumplirse 630 años de la referencia documentada más antigua sobre esta ancestral práctica cinegética.

La primera referencia documentada se remonta a 1378, cuando todavía no existía la actual línea fronteriza. Curiosamente, éste ha sido el primer año en que se ha producido un plante de palomeros, debido a la tala de siete árboles junto a dos puestos de caza en el collado Iarmendi. Varios palomeros culparon a los cazadores locales, pero estos negaron la acusación.

La herencia genética, clave para orientarse

Una de las preguntas más habituales que surgen cuando analizamos estos viajes postnupciales de miles de kilómetros es qué sistema de navegación utilizan las aves para no salirse de la ruta. La respuesta la da el propio Antonio Munilla desde el Centro de Migración de Aves de Orreaga: «Es una herencia genética, una especie de brújula incorporada. Se han realizado pruebas científicas que demuestran que se guían por el sistema solar y también por las estrellas. En algunos países europeos han hecho pruebas que así lo confirman. Han construido grandes pabellones con techos simulando el firmamento, han introducido allí aves y han comprobado que tienen sistemas de orientación ya incorporados en sus genes».

No obstante, existen diferencias entre las especies. «Por ejemplo -explica este ornitólogo-, en el caso de las grullas las crías necesitan que los adultos les digan qué rutas deben seguir, pero hay especies de pajarillos que en el momento en que salen del nido ya empiezan a iniciar la migración sin los padres, y además saben que tienen que realizar necesariamente esas migraciones. Se ha demostrado científicamente que las especies más grandes y longevas se guían por la orografía, y que al cabo de varios viajes migratorios acaban memorizando los valles y montañas. Pero los pajarillos que sólo viven un par de años y no disponen de tiempo para memorizar esas rutas, se sirven de otras estrategias para poder realizar la migración».

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