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Análisis | Comité ejecutivo del Partido Popular

Rajoy admite lo «inadmisible» y «la próxima» que no habría ya está aquí

La contundencia de Mariano Rajoy contra la corrupción y la desobediencia a las órdenes de la dirección queda en entredicho en cuanto saluda tan amistoso a Francisco Camps El día comenzó con titulares que hablaban de la victoria por KO sobre Esperanza Aguirre en el combate por Caja Madrid, pero la «lideresa» inició otra pelea dejando plantado a Rajoy Aunque ahora no se ve otra cosa que las luchas internas y las disputas de poder, nadie debería olvidar que el tesorero del partido está imputado en un caso muy grave de corrupción

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Iñaki IRIONDO

Mariano Rajoy intentó dar un golpe de autoridad pero el desplante de Esperanza Aguirre relativizó mucho su gesto. Anunció contundente que no volvería a permitir ningún espectáculo, pero para hoy mismo se anuncia otra entrega del culebrón. Y al fondo de tanta lucha intestina, sigue la larga sombra de la financiación ilegal.

El presidente del PP, Mariano Rajoy, salió de la reunión del Comité Ejecutivo de su partido asegurando estar «muy contento y muy satisfecho». ¿Tiene motivos? La cita de ayer tenía dos objetivos, según anunció el jueves en Cartagena. Por un lado, colmada su paciencia, él iba a decir lo que creía y dar la respuesta que estaban esperando sus militantes. Por otro lado, por respeto a las bases, iba a exigir «cambios en muchos comportamientos que hemos vivido a lo largo de las últimas fechas». El contento y la satisfacción de Rajoy puede deberse a que una vez largado su discurso se quedó como Dios (el que a tantas pruebas sometió a Job), porque los hechos demuestran que no hay cambios en los comportamientos de algunos dirigentes del PP, que siguen pecando de pensamiento (por supuesto) pero también de palabra y de obra.

Dijo Mariano Rajoy en su discurso de ayer que era «inadmisible y por tanto no se puede volver a repetir nunca. Insisto, nunca» el «hacer declaraciones públicas sobre asuntos que son internos del partido». Y añadió que «es inadmisible que se presione públicamente a órganos del partido, como puede ser el comité nacional de derechos y garantías o la propia dirección nacional».

Este airear públicamente los trapos sucios perjudica al PP, por lo que su presidente se puso rotundo y afirmó: «No puedo aceptar que nadie diga que no somos capaces de gobernarnos a nosotros mismos y por tanto no podemos gobernar España. Si algunos se preguntan cuándo será la próxima yo le respondo con toda claridad: no habrá próxima».

Pues bien, «la próxima» tardó apenas unos minutos en saltar. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, no sólo le dio plantón y no acudió a la convocatoria de Rajoy -lo que da la medida de lo que respeta su liderazgo-, sino que antes de que se apagaran los ecos de su discurso sobre lo inadmisible, la lideresa ya estaba haciendo declaraciones críticas de asuntos internos del partido y presionando públicamen- te a sus órganos. Aguirre apuntó que «da la impresión de que la agredida, la víctima, que soy yo, se coloca al mismo nivel que el agresor [Manuel Cobo]» y sentenció que «la equidistancia entre los agresores y las víctimas me parece realmente muy lamentable».

Sostuvo también ayer Rajoy que «es inadmisible que se haga caso omiso a las instrucciones directas y claras de la dirección nacional del partido». Y, por supuesto, clamó que «la corrupción también es inadmisible». Es más, concretó que «nadie que se haya manchado puede formar parte de nuestro partido. Más claro no puedo ser».

Lo llamativo es que hizo estas declaraciones después de saludar efusivamente a Francisco Camps, el «amiguito del alma» de El Bigotes, pieza importante de la trama Gürtell. Es más que dudoso que el presidente valenciano acatara a la primera «las instrucciones directas y claras» de la dirección del PP con respecto al cese del secretario general valenciano, Ricardo Costa. Pero lo que no admite duda alguna es que las relaciones de la Generalitat y el PP del País Valencià con la trama corrupta vienen de mucho antes de que Costa se hiciera cargo del partido y no son entendibles sin la participación directa de Francisco Camps.

Es decir, que Mariano Rajoy admite lo «inadmisible» si ello afecta a uno de los pesos pesados del partido que favoreció que fuera reelegido presidente, mientras que la lideresa que sueña con disputarle el poder ya estaba montando «la próxima» antes de que acabara la reunión del Comité Ejecutivo.

Y eso que el día había empezado bien para Mariano Rajoy. La encuesta del CIS otorgaba al PP una ventaja inusitada sobre el PSOE. La totalidad de los titulares de la prensa afecta y menos afecta le daban como vencedor por KO frente a Esperanza Aguirre al haber conseguido imponer a su candidato, Rodrigo Rato, como futuro presidente de Caja Madrid. Al mismo tiempo, la componenda de Valencia, con cambios en la dirección regional que los «zaplanistas» siguen criticando, también era presentada -esta vez ya sólo por los medios más afines- como otra batalla ganada por Rajoy.

Pero pronto empezaron a torcerse las cosas. En lugar de a la sede central de la calle Génova, Esperanza Aguirre se iba a de inauguraciones. Una escuela infantil en Majadahonda y un centro deportivo en Leganés. Se justificaba la presidenta diciendo que el Comité debatiría así «con más libertad y más tranquilidad» lo que bautizó como «caso Cobo», aquellas declaraciones del vicealcalde madrileño diciendo que la actuación de los aguirristas era vomitiva.

El desplante se interpretó de manera general como la evidencia de que Esperanza Aguirre mantiene su espada presta para otro combate, aunque haya tenido que envainársela en lo de Caja Madrid. Y, al mismo tiempo, el golpe de autoridad que Mariano Rajoy pretendía dar ayer, quedaba muy devaluado.

Los intentos de cerrar las disputas internas, no sólo chocan con la actitud de Aguirre, sino que hoy el comité de derechos y garantías debe pronunciarse sobre Manuel Cobo, lo que volverá a agitar las aguas. Las declaraciones del vicealcalde de Madrid y mano derecha de Ruiz Gallardón, hechas además en el periódico que más podía doler, dañaron la imagen del partido y entran de lleno en lo «inadmisible», pero a la vez actuaron como catalizador positivo para acelerar la resolución de la batalla por Caja Madrid, que amenazaba directamente a la figura del propio Rajoy. ¿Hasta dónde llegará el castigo? En la reunión de ayer no se retractó de nada de lo dicho y Alberto Ruiz Gallardón enmarcó su actuación con una frase antológica: «La lealtad es el camino más corto entre dos corazones; Cobo es leal a tí, Mariano, y al partido».

La propia Esperanza Aguirre y alguno de sus fieles, como Francisco Granados -secretario general del PP madrileño- ya han dejado claro que no están para paños calientes, ni para equidistancias ni para frases almibaradas como las del alcalde. Quieren que rueden cabezas. Ya se encargaron hace unos días de ir anunciando que Cobo sería suspendido de militancia, como Ricardo Costa, por lo que cualquier condena más leve será tomada como una afrenta.

Por lo tanto, o Rajoy retoma los pasos del santo Job, a la espera de que el tiempo vuelva a jugar a su favor, o saca la espada flamígera y se pone a cortar cabezas a diestro y siniestro.

Mariano Rajoy es muy consciente de la fragilidad de su liderazgo. Lo dejó claro en su intervención ante el Comité Ejecutivo, al dedicar el primer tercio de su discurso a explicar cómo, cuándo, por qué y en qué condiciones volvió a ser reelegido en el último congreso pese a sus dos derrotas electorales; y cómo, cuándo, por qué y en qué condiciones nombró a la nueva dirección. Recordó que aunque había quienes no le querían, nadie se presentó como candidato alternativo. Así que, concluyó, «en mi opinión, una vez terminado el proceso congresual, todo el mundo debería haber aceptado su resultado y actuar en consecuencia».

Pero lo cierto es que resulta evidente que no todos hicieron esos mismos buenos propósitos y que son varios los que siguen esperando que antes o después, Rajoy se la pegue. Esperanza Aguirre va más o menos de frente. Otros se mantienen sentados a la espera de ver pasar su cadáver político.

De la reunión del Comité Ejecutivo se puede sacar el titular de que «líderes regionales del PP dejan manos libres a Rajoy para que sea contundente». Pero no es menos cierto que los que ayer hicieron ese planteamiento son los mismos que le han apoyado siempre.

En cualquier caso, no hay que olvidar que Mariano Rajoy es un flotador, que ha pasado por todo los cargos políticos con aparente apatía -acusado constantemente de desidia o inacción- pero al que ni los «hilillos de plastilina» del Prestige consiguieron hundir.

Y a su favor juega, de momento al menos, la peculiar sociología española. No debería olvidarse que el problema del Partido Popular no es sólo que se desangra en peleas intestinas, en pulsos de poder que lo dibujan como un conglomerado de reinos de taifas; el verdadero problema del PP es que tiene a su tesorero imputado en una trama de corrupción y que tanto en la sede central de Génova, como en Galicia, Valencia, Castilla y León y Madrid pueden acabar aflorando evidencias de financiación ilegal.

Sin embargo, nada de eso parece afectar a su intención de voto, que sigue situándose por encima de un PSOE muy castigado por la crisis.

Pero dado que Rajoy dejó claro ayer que lo fundamental es «que ganemos las próximas elecciones (2012)», habrá que manejar las variables de que la crisis pasará probablemente antes; para entonces los tribunales quizá hayan avanzado más en el caso Gürtell con consecuencias que habrá que esperar; y a saber hasta dónde habrán llegado para esa fecha los dirigentes que llevan tiempo asestándose puñaladas por la espalda.

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