OBITUARIO | FRANCISCO AYALA
Aquella Generación del 27
Carmen Sigüenza
Con la muerte de Francisco Ayala, fallecido a los 103 años, se ha ido el testigo privilegiado de todo un siglo, un superviviente centenario de la Generación del 27 y una mente lúcida y crítica que plasmó en sus más de sus cincuenta libros su visión de la vida, siempre marcada por la ética. Ensayista, narrador, sociólogo, académico y enamorado del cine, Ayala era un gran convencido de que la libertad individual debía ser proyectable a todos los planos de la existencia, y un hombre comprometido con su tiempo pero que rechazaba cualquier adscripción política. «El compromiso debe establecerse con uno mismo y con la realidad en que vivimos, pero no con el ideario de un partido. El intelectual al que le dictan lo que ha de pensar abdica de su condición de intelectual». Y estaba convencido de que «en este mundo de descomposición, la única salvación que podemos encontrar es la revolución moral».
Su biografía está en sus obras, porque el autor de «El jardín de las delicias» no deslindaba vida y literatura. Toda era una misma cosa, desde aquel primer libro de ficción que escribió con 19 años, «Tragicomedia de un hombre sin espíritu», hasta los últimos ensayos de senectud, cuando decidió que el tiempo de la novela había pasado. Opinaba que hoy día la novela no satisface las expectativas sociales, suplida por la televisión, un medio de comunicación que llegó a fascinarle «como instrumento de poder, de organización del mundo, pero también de desorganización, mal utilizada».
Ayala se consideraba ante todo un escritor, alguien que narraba por placer y con libertad, porque nunca vivió de su vocación, lo que le mantuvo «siempre libre», decía.
Junto con Ramón J. Sender y Max Aub, estaba considerado uno de los grandes de la literatura española del exilio, aunque él, que pasó 37 años en el destierro, siempre rechazaba que hubiera una literatura del exilio, ya que éste «no fue homogéneo, había puntos de partida diferentes y situaciones distintas», algunas como la suya, «de lujo». Cuando volvió al Estado español poco a poco su obra empezó a ser reconocida y comenzaron los premios: académico de la Lengua, Premio Nacional de Literatura y, en los noventa, le concedieron el Cervantes y el Príncipe de Asturias de las Letras.