Anjel Ordóñez Periodista
In vino veritas
Nunca hay enemigo grande para quien atesora la verdad. Y si en algún sitio van sobrados de certidumbres y verdades, de convicciones y legitimidades, es en la Audiencia Nacional. Armados hasta los dientes de evidencias, veracidades y certezas no hay adversario que se les resista, contrincante que les sople o rival que los amilane. Buenos son. Su trabajo (y no está mal pagado) es determinar con precisión infalible qué es verdad pura e inmaculada y qué, por el contrario, podrida mentira, burda patraña. Claro que hablarles a estos elevados magistrados de trabajo es rayar en el insulto. No porque sean unos gandules, no, sino porque juzgar es su destino, la razón de su existencia, el motivo de sus días y aún de sus noches. ¿Trabajo?... placer, diría yo. Disfrutan de las instrucciones, gozan el dictado de sus autos, se regocijan rechazando inicuos recursos y casi levitan firmando justos encarcelamientos. Circula algo sagrado por los pasillos de la Audiencia Nacional, algo divino.
Y algo de vino tuvo que haber trasegado el Grupo de Trabajo para Detenciones Arbitrarias de la ONU cuando se le ocurrió enfrentarse, siquiera tangencialmente, a la Audiencia Nacional. No se explica, si no, que se atreviese a asegurar en público que la detención y encarcelamiento del dirigente abertzale Karmelo Landa fue «arbitraria». ¿Quién se cree que es la ONU? Organización de las Naciones Unidas, foro de la casi totalidad de los países de este mundo unidos por valores universales como la paz y los derechos humanos... Sí, ¿y qué? No hay ONU que valga si en el otro plato de la balanza pesa como el plomo la verdad, la única verdad del entramado terrorista y la revelación del todo-es-eta.
También debía haber libado de lo lindo el Relator Especial (otra vez de la ONU) para la Protección de los Derechos Humanos, Martin Scheinin, cuando hablaba de presuntas torturas en comisarías y calabozos. Un mindundi peinaovejas pariente del memo abrazafarolas al que, en Amnistía Internacional, se le pasó por la cabeza denunciar la incomunicación de los detenidos.
«¡Cuánto suicida insensato!», pensaba mientras conducía en sentido contrario un beodo. ¿O era un tarado?