Gorka ANDRAKA | Periodista
La maldición de los mapas
Suena bien: Kokoroko. Mágico, natural, feliz. Si pudiera elegir, me mudaba a la tierra de Queequeg, el arponero de Moby Dick. «Kokoroko, una isla lejana del sudeste. No figura en mapa alguno. Le ocurre lo que a la mayoría de los sitios que existen de verdad», cuenta Henry Melville en las desventuras de su célebre cachalote. Un lugar allende los mapas. Se puede pedir más.
De críos, nos asomábamos a los mapas con la esperanza de encontrarnos, de vernos, de señalarnos con el dedo. Ahí estamos, somos, pensábamos ingenuos entonces. La mayoría de las veces, Armintza, mi pequeño pueblo, no aparecía por ningún lado. Como si aún no hubieran descubierto el tesoro, recapacito hoy con nostalgia. Se acabó el misterio. Tecleas en el ordenador y aparece todo. Todos. Sin secretos.
Nadie escapa a Google Maps. En los últimos días, hay quienes han viajado hasta el sur de Ormskirk, en la región británica de Lancashire, para visitar Argleton. Según el buscador de internet, esta ciudad, con sus habitantes, empresas y calles, se situa junto a unos campos que bordean la autopista M58. Una vez allí, nada. Argleton no existe. Google ha reconocido «errores ocasionales» en su mapa y Tele Atlas, la empresa que le suministra los datos, asegura, sin dar más explicaciones, que borrará la ciudad fantasma. ¿Será, tal vez, que Argleton también existe de verdad, como Kokoroko?
Por mucho que nos empeñemos, que nos engañemos, el mundo todo no cabe en los mapas. Por fortuna, al sur del sur, del otro lado, fuera de órbita, quedan rumbos inexplorados, espacio libre, para los contrarios. Territorios marginales, cartografías imposibles, que algún día se harán presentes.