CRíTICA teatro
Menú del día
Carlos GIL
No parece un plato suculento, pero se trata de un espléndido menú del día. Bien planteado, bastante bien resuelto y con los ingredientes más preciados del chef Boadella: el juego de los actores, la multiplicación de roles, el chiste sencillo, la crítica de trazo grueso. Otras constantes son un espacio nítido acotado por un sistema de iluminación que viene repitiendo desde décadas, un fondo alusivo y un vestuario aplicado que ayuda, con un buen uso de pelucas, a que los personajes aparezcan siempre distorsionados; es decir, reflejados en un espejo que si bien no devuelve el esperpento más artístico, sí define el panorama crítico de una sociedad que camina por las apariencias y el boato.
En la función presenciada notamos un alargamiento innecesario, una reiteración de situaciones y gags, como si el ritmo interno y su consecuencias aflojaran en exceso la intensidad comunicativa. Es más, el motivo elegido para la crítica y su expreso desarrollo, se nos agota rápidamente. Entendemos en las tres primeras escenas las intenciones y a partir de ahí se sitúa en un territorio muy plano. Pero nos queda el disfrute actoral, el ver hacer tipos, personajes, cambiarse en cuestión de segundos, y en ese juego de los cómicos es donde disfrutamos.
Nos falta algo que remate, un poco de picante al menú o unas salsas que le den consistencia, pero la materia prima es buena y su manipulación no deja de traernos noticias de un estilo, de una manera de estar en el escenario, de una forma de atender a su clientela más fiel.