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Fede de los Ríos

Con fuego amigo y en casa, mucho mejor

Se sabe que existe una enorme diferencia entre caer víctima del fuego amigo o el de ser asesinado por fuego enemigo. No hay comparación entre las buenas maneras de aquél y la falta de tacto y desconsideración para con el muerto o el herido de éste

Ese viernes, una treintena de soldados de la OTAN y de las fuerzas de seguridad afganas (afganos buenos, no confundir con los malos; afganos de esos que defienden los grandes logros democráticos conseguidos en su país gracias a la intervención de las potencias occidentales) han caído heridos por fuego amigo, es decir, por disparos de su propia aviación. También buena. Los malos son tan malos que carecen de aviación. Sé que resulta un pelín lioso, porque los afganos ahora malos antaño eran afganos buenos. Héroes de la Libertad definían, los que sabían, a los talibanes. Luchaban contra los soviéticos (rusos malos). Ronald Reagan les dedicó el lanzamiento de una nave espacial a esos libertarios. Después por las cosas de la geopolítica, inabarcables para nuestras mentes sencillas, todo cambió. Pero, volviendo al asunto pirotécnico. Se sabe que existe una enorme diferencia entre caer víctima del fuego amigo o el de ser asesinado por fuego enemigo. No hay comparación entre las buenas maneras de aquél y la falta de tacto y desconsideración para con el muerto o el herido de éste. Resulta un misterio la transustanciación del fuego. No está claro todavía cuándo éste pierde la amistad, esa virtud que Aristóteles definía como lo más importante en la vida del humano, y se convierte en fuego enemigo, cabrón y desagradable.

Quizás lo acontecido el jueves en Fort Hood (Texas), donde un comandante psiquiatra mató a trece marines e hirió a otros treinta fuese el resultado de fuego amigo. La labor del comandante amigo consistía en la prevención, detección y tratamiento de los problemas sicológicos que en algunos marines causa su trabajo. Por extraño que parezca, el asesinar personas y destruir pueblos, en algunas personas deja huellas en el inconsciente provocándoles algún tipo de incomodidad que deriva en sufrimiento.

Que el marine psiquiatra les quitó de sufrir, de eso a nadie le cabe la menor duda. Al administrar la terapia parece que, en su condición de marine psiquiatra, pesó más el lado militar que el sanador de la psiquis. Usó fuego amigo donde debiera haber usado psicofármacos, electroshock o acolchado diván.

Los mandos de la base de Fort Hood declararon que el comandante psiquiatra «no estaba muy feliz por su inminente despliegue a Irak a final de este mes, el 28 de noviembre» (sic). Observe, querido lector, el enorme grado de intuición que tal afirmación muestra en los mandos del mayor ejército del mundo; no se les escapa una. No es, pues, de extrañar, que ocupen cargos directivos. Otros miembros del mismo ejército no se hubieran parado en ciernes.

Obama ha calificado el suceso de «horrendo brote de violencia» y afirma que si ya era «una tragedia perder soldados en el extranjero, mucho más horrible era que cayeran bajo el fuego en una base del Ejército en suelo estadounidense». Yerras querido presidente, si realizas una consulta en las colonias verás que la mayoría prefiere que los marines caigan víctimas de fuego amigo. Y aún mejor en sus propias bases. Cerca de sus familias. Ves, Barack, como no somos tan malos.

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