Si ayer se redondeó una gran semana, colocando la guinda al pastel, ahora falta el café. O la copita, o el puro, allá los gustos de cada uno. Pero lo que en una buena comida no pasa de ser un extra prescindible, en este caso se trata de «el partido». Porque, inesperadamente, la visita del Rayo Vallecano a San Mamés se ha convertido en la cita más importante de este otoño para el Athletic. La Liga es el sustento básico y la competición europea un premio bien recibido, pero si hay algo que realmente ilusiona en Bilbo, por tradición y probablemente porque parece el objetivo más asequible -o lo parecía hasta hace diez días- es la posibilidad de repetir una experiencia como la del pasado año. No alcanzar la final de Copa supondría un golpe asumible, no en vano ha sido la tónica habitual durante el último cuarto de siglo. Pero caer el miércoles supondría un fracaso con todas las letras. Por pulverizar un objetivo a las primeras de cambio y, sobre todo, por hacerlo ante un rival de Segunda -que afrontó la eliminatoria con sus suplentes- y con el encuentro de vuelta en casa. Así que, aunque llevemos ya más de tres meses pidiendo, y hasta exigiendo, cada tres días, esta vez va en serio: que no nos fallen.