Antonio Alvarez-Solís periodista
Un dato sin datos
Desde el G-8 o el G-20 se insiste en la presencia de «brotes verdes» que anuncian la recuperación económica, lo cual no niega el autor del artículo; sin embargo, sí pone en cuestión los datos sobre los que se apoya dicha afirmación y aporta otros datos reales, sangrantemente reales: los del paro. La recuperación del sistema financiero, pero no el renacimiento de la economía real, delata que los «brotes verdes» no anuncian sino «la salvación de los que han tripulado el barco con el más criminal de los objetivos».
Los gobernantes que componen los bloques del G-8 o el G-20 insisten en que se denotan «brotes verdes» o señales de resurrección económica. Es posible que así sea y el dato resulte confortador, pero ¿qué datos concretos y de carácter social apoyan este benévolo indicador? Las autoridades norteamericanas son las que insisten con mayor ahínco en que se ve la luz al final del túnel, pero tampoco los viandantes distinguen esa prometedora luz. Los viandantes siguen a oscuras en el túnel. Desde diciembre de 2007 Estados Unidos tienen ocho millones y pico de parados. Es decir, por primera vez en veintiséis años el desempleo estadounidense supera el 10% de su población laboral. Estos datos son reales, tremendamente reales. No hablamos de que las instituciones financieras hayan levantado cabeza, que de eso trataremos a continuación, sino de que más de ocho millones de ciudadanos no saben cómo llegar al día siguiente. Ocho millones. Por otra parte, los «brotes verdes» tampoco afectan a la masa ingente de empresas que han de trabajar por debajo de los niveles críticos para ajustarse a las normas del sistema. Es más, las grandes empresas, las que antes devoraban a las empresas chicas, han tenido que perder gran parte de su peso estructural -precisamente el dato que engrandecía hasta ahora la globalización- para pervivir en un mercado donde el consumo no sólo no se reaviva, sino que fuerza los precios hacia un abaratamiento de las mercancías y aún de los servicios totalmente inadecuado para lograr una producción sostenible.
De qué nos hablan, por tanto, cuando nos hablan de «brotes verdes»? Seamos sinceros y no ocultemos los datos que nos harían entender la situación en que realmente nos encontramos, que no es más que una situación de ruina esencial del sistema neocapitalista, que ya había devorado hace años los ahorros hechos por el capitalismo burgués que funcionó hasta la última guerra mundial. El sistema burgués de la llamada época liberal medía su salud por el crecimiento en mancha de aceite de la agricultura moderna, la industria tecnológicamente avanzada y los servicios que iban instalándose en la vida cotidiana. La Banca y otras instituciones financieras mantenían con un relativo sentido social y una cierta moral su papel de intermediación entre el productor y el cliente y la Bolsa reflejaba, sobre todo, los altibajos de la agricultura, la industria y los servicios. Es decir, la especulación era una figura secundaria que amparaba a capitalistas inactivos o entretenía a audaces tramposos.
Ahora bien, cuando se habla de brotes verdes ¿de qué se habla realmente? No se habla de un renacer de la economía real, de la economía de cosas, sino de una concreta restauración del sistema financiero, que se ha logrado, además -y sin que se asegure su continuidad-, procediendo a una descapitalización de la industria y los servicios al emplear las ayudas oficiales recibidas por la Banca y los especuladores en Bolsa en un puro maquillaje de su naufragio tipo «Titanic». La Banca ha abandonado su función de intermediación y vuelve a jugar, tras la transfusión brutal del dinero social, con los mismos fines e idénticos medios. Ese nuevo ciclo de especulación es a lo que se llama insidiosamente «brotes verdes». Los «brotes verdes» no se refieren a un renacimiento de la economía del empleo o del consumo sino a la pura salvación de los que han tripulado el barco con el más criminal de los objetivos. Más aún: en la reciente reunión del G-20 todos los ministros de economía se han conjurado para hablar de las medidas necesarias a fin de evitar que las instituciones financieras vuelvan a caer en el pecado nefando del que nos han hecho sus víctimas. Ni un solo documento salido de esa reunión se refiere a una reinstauración de la economía real, que dan implícitamente por perdida como fruto de otros tiempos irrecuperables. Escuchemos al respecto nada menos que a dos socialistas, el primer ministro británico, Sr. Brown, y a la vicepresidenta del Gobierno español y ministra de Economía y Hacienda, Sra. Salgado. Empecemos por el premier inglés: «Hay que debatir un mejor contrato social con los bancos para que estén mejor preparados ante futuras crisis», que el Sr. Brown no descarta. Sigamos con la Sra. Salgado, que es mucho más delicuescente en sus frases: «Es muy importante -habla de la reunión en Saint Andrews, en la que ella tomó parte como simple observadora- que se haya avanzado en la definición de un marco para un crecimiento más sostenible y equilibrado». Es decir, que nuestra vicepresidenta no se refiere a la curación de la enfermedad que afecta mortalmente a la economía real sino que soslaya esa enfermedad y da el crecimiento todavía por existente y para el que reclama un mayor equilibrio. Por lo visto se ha crecido mal, pero se ha crecido. Los datos sobre el subconsumo, el paro vertiginoso, el empleo cada vez más degradado, la eliminación de empresas medianas y pequeñas, el enflaquecimiento de las poderosas y otras cuestiones sobre las que sí tenemos conciencia en la calle son obviados como si al público peatonal le angustiase únicamente la situación de los banqueros. En resumen: los reunidos en Saint Andrews vuelven una vez y otra a hablar de los mecanismos financieros que deben ser reparados y respecto a los cuales asegura el Sr. Brown que se «mantendrán los estímulos fiscales hasta que la situación esté asegurada». Asegurada ¿para quién? ¿O es que la pregunta que formulo es puramente retórica o banal? ¿Acaso los que no tienen empleo, los millones de mileuristas y quienes han de vender y comprar diariamente en nuestra sociedad no pueden formular esa simplicísima pregunta de «que hay de lo mío»? ¿Es tan colosal el palacio de la especulación que no se puede entrar en él con zapatillas?
Datos! La calle quiere datos sobre los «brotes verdes», esa retórica invención del lenguaje falsario de los economistas que sirven a los poderosos gobernantes y de los gobernantes mismos. ¿Dónde están los «brotes verdes»? ¿Cómo podemos identificarlos para hacer el cálculo mínimo sobre nuestras posibilidades y hacer las correspondientes previsiones? Ah, de eso no se habla a la vera del gran dato de que la estructura financiera ha sido apuntalada y que seguirán protegiéndola caiga quien caiga en este mundo en el que ya nada de la economía neoliberal tiene sentido alguno. Da lo mismo que la reparación de la mecánica especulativa produzca el único negocio de la especulación. Da lo mismo que una vez suturada la herida la sangre social siga perdiéndose a borbotones. El caso es que el dinero social seguirá entregándose a manos llenas a la clase cada vez más reducida de los poderosos, porque el mundo de la especulación es ya el mundo real, mientras la sociedad peatonal está constituida por ilotas y beocios que con su consumo vulgar han estropeado el único negocio que abre las puertas del futuro: la compra del dinero-mercancía con dinero como bien de pago, aunque en esa tremenda y autofágica negociación de los especuladores el dinero monetario ni siquiera exista en la cantidad con que se maneja. El dato parece terminantemente claro: los «brotes verdes» empiezan a alegrar la vida social de los triunfadores y la luz se divisa al final de un túnel que, de verdad, tiene tapiada la salida. Pero la sociedad a la que pertenecemos tiene dirigentes que idean cuidadosamente mil problemas para que el peatón huya de tanta complicación y desgracia y se concentre en el sudoku que hace durante su viaje en Metro hasta la oficina de empleo. Oficina en la que al llegar le dirán, como Mariano José de Larra: «Vuelva usted mañana».