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Belén MARTÍNEZ Analista social

«Parece que quitar una vida»

El jurado popular califica la muerte de Nagore Laffage como «homicidio con agravante de superioridad». Estoy indignada. Como cuando le preguntaron a Asun Casasola si Nagore era «ligona». ¿Tiene sentido preguntarle a la madre del acusado si su hijo practicaba habitualmente el onanismo?

Hay muchas formas de verdad y numerosas técnicas de indagación. No llegamos a saber qué entiende José Diego Yllanes por «consentimiento mutuo», «relación muy fogosa», «contacto muy apasionado» o «relación violenta». No nos aclaró por qué cree que Nagore quiso marcharse ni por qué él se lo impidió. Tampoco nos explicó cómo «se acaban las cosas cordialmente», por qué cree que ella «parecía no entenderle» o qué significa no estar «en la misma sintonía». Tal vez, un día confiese con qué intención le tapó la boca.

Intento comprender cómo un psiquiatra conjuga la empatía con el propio cuerpo, con su materialidad y su fuerza. Si sabe inmovilizar a una persona sin producirle un daño excesivo, ¿por qué golpeó a Nagore de forma reiterada y repetida? ¿Cree que Nagore pudo defenderse tras los golpes? ¿Por qué estranguló a Nagore? ¿Por qué la mató?

No sé si en las respuestas a estas preguntas se puede «extraer» la verdad a la superficie del discurso del autor confeso de la muerte de Nagore, ejerciendo un efecto esclarecedor para poder saber lo que realmente ocurrió. La confesión de Yllanes no tiene ni una finalidad terapéutica para sí mismo ni busca el perdón. Con expresiones como: «parece que quitar una vida», no se implora el perdón de Nagore y su familia. Creo que fue Malebranche quien identificaba locura y «pura imaginación».

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