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CRíTICA teatro

Rigor mortis

Carlos GIL

La vida mata. Es un camino que después de muchos laberintos solamente tiene una salida: exitus letalis, la salida mortal, la muerte y, una vez llegado el cuerpo a ese lugar, empiezan los rituales sociales, ancestrales, religiosos, técnicos, administrativos. Tras la certificación del rigor mortis empieza otra travesía. Los dos creadores de Titzina Teatre tienen el acierto de ofrecer, en términos de teatralidad excelente, unos personajes que se entrecruzan para mostrarnos retazos de esas peripecias que desembocan en situaciones donde el dolor, la conmoción que produce siempre la muerte de alguien cercano, se enfrenta con lo cotidiano, con la rutina, con quienes profesionalmente deben convivir con los efectos del trance, de esa salida a la que todos llegaremos.

Entre el esperpento, la tragicomedia, el humor negro atravesado siempre de dosis exuberantes de humanidad y cariño sobre sus personajes nos llevan por los despachos de un abogado donde aparecen las fobias del testador, venganzas o recompensas. En esta situación encontramos esa luz que nos hace más humanos: El humor inteligente y reparador.

Al igual que en la funeraria, donde los empleados recomponen a los cadáveres para que den su mejor cara, o cómo esos mismos empleados cuentan chistes de muertos. Junto a esos fogonazos, una textura de respeto, de emociones para que la comunión sea más fructífera, porque resulta que estamos ante un trabajo teatralmente irreprochable de forma y fondo. Una delicia que nadie debería perderse.

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