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Raimundo FITERO

Espectros

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Es interminable e incontrolable la cantidad de estulticia que es capaz de producir la industria televisiva. Las probabilidades de encontrar en horario de máxima audiencia alguna oferta que escape del aburrimiento y la reiteración acostumbrados se hace cada vez más imposibles. Si eres un teledependiente desde las ocho y media de la noche en adelante, con la salvedad de algunas ofertas desengrasantes después de la dosis de toxicidad política y social que emanan de los noticiarios y sus posteriores tertulias, la noche se puede hacer muy larga hasta encontrar otra vez alguna posibilidad de escapar de la tozudez en repetir películas, en poner series clónicas, en intentar buscar el éxito desde la copia ligera a base de las miserias de unos muñecones públicos ya demasiado destripados.

No es de extrañar que las audiencias millonarias acaben en partidos de fútbol o acontecimientos similares que narcotiza. Es lo lógico, lo que parece increíble es que existan espectros televisivos que todavía sobrevivan en las parrillas, y que van demostrando entrega a entrega su incapacidad de renovación, su estancamiento y su inclinación hacia los actos de auto-inmolación. Pongamos que existe tanto miedo a perder el paso que se apure hasta las heces la bota del vino viejo, pero que nadie quiera mantener cuotas de pantallas con unas audiencias fraccionadas hasta el infinito, con acusadas tendencias a ver las series de su interés en el momento que les da la gana en Internet, por lo que la edad de los más fieles se hace cada vez más señera.

Este aburrimiento y pertinaz reiteración provocan deserciones sonadas, y a quien debe relacionarse con lo que emana de esa pantalla plana lo colocan ante la imposibilidad no sólo de un disfrute mínimo, sino de inspiración suficiente para hilar dos frases, o destructivas o laudatorias. Sin lugar a dudas es el entorno lo que nos llama la atención y los programas que nos hacen tilín no tienen la respuesta que creemos se merecen, o están en canales de visión no abierta. Volvemos siempre a lo poco que nos reconforta, aunque sea relativamente, porque nos tratan como seres inteligentes. Y casi siempre con humor.

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