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Iñaki Lekuona periodista

La vergüenza del cristo de Urgull

Mucho ha caído desde que un tal Jesús le dijera a un tal Simón que dejara las redes para comenzar a pescar hombres. En aquella primera piedra en la que se tenía que construir una nueva comunidad más libre, terminó erigiéndose una Iglesia que ha acabado apresando a la humanidad. El balance de estos dos mil años es desolador.

De lo que la Iglesia predica a lo que practica hay una sima más grande que la que separa al cielo del infierno. Y cuando Vaticano II abrió un resquicio por el que pasó la brisa de la Liberación, Roma temió que se convirtiera en vendaval descontrolado. Y se cerró la brecha. La Iglesia retrocede. Vuelve _si es que acaso alguna vez se fue_ la Iglesia que apoyó la Cruzada de Franco. Vuelve la misa en latín. Vuelve el patriarcado. Vuelve el muro entre el dios católico y sus feligreses. Así lo ve una parroquiana de Baiona, indignada porque el obispado, dirigido por el ultraconservador Marc Aillet, ya no permite a las niñas ayudar en el altar en las celebraciones religiosas de los domingos: la misa es cosa de hombres. Y esta señora ha llorado viendo llorar a sus hijas por el agravio.

¿Y qué esperaba? Asombra que una católica practicante que ronda la cuarentena haya necesitado tantos años para tomar conciencia de que esta Iglesia «es sexista y discriminatoria», que refuerza el sistema patriarcal, que hace de la mujer un ser humano de segunda, qué digo ser humano, una serpiente provocadora que sólo sirve para comerse hostias y procrear. Sí, es muy fuerte, pero así ha sido durante estos últimos dos mil años. Si a estas alturas al cristo de Urgull no se le ha caído la cara de la vergüenza, no habrá dios que la tire abajo.

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