Raimundo Fitero
Pillos
Pillos, lo que se dice pillos, por no decir corruptos en estado primitivo, los encontramos en la tienda de la esquina, en el banco de la avenida, en la concejalía de todos los municipios que nos ponemos a mirar con detenimiento y en donde abundan y se han hecho ya legión y son parte fundamental, es en el deporte. De élite, de competición federada o de diversión. Debe ser algo universal, recuérdese el tango, «el que no chora es un gil», que podemos adaptar a estos tiempos como el que no estafa es idiota, el que no defrauda a Hacienda es un bobo de baba, el que no se dopa es un pardillo.
Ahora mandan los pillos, los que aparentemente son más listos que los demás, los que son capaces de engañar y mentir para lograr cualquier asunto, sea en una partida de parchís como en una compra-venta de acciones de una empresa de comunicación. «Los ladrones van a la oficina», aquella serie de hampones de poca monta es la mejor crónica, el auténtico «Cuéntame» del Estado español. Pero lo del deporte es verdaderamente asombroso, un jolgorio, un festín de despropósitos. Gane quien gane, en el deporte que sea, especialmente si es individual, la sombra de la duda, la sospecha fundada habita desde el principio hasta el fin.
Los ciclistas han sido la infantería, los más afectados por la apertura de la veda pero ahora mismo le toca a un marchador, campeonísimo, un tal Paquillo cantar milongas. ¿Por qué usan esos productos farmacológicos para mejorar su rendimiento si saben que corren el riesgo de los controles? ¿Qué está sucediendo, no cuenta su salud? Es tanta la presión que sufren de sus patrocinadores que les conduce a usar todo lo que se supone les mantiene competitivos, o es un cruce entre ego y gloria, es decir entre fama y dinero. Las sospechas están demasiado extendidas. Lo malo es que dan resultados positivos con una frecuencia demasiado sistemática como para pensar que se trata de algo individual. El deporte de elite forma parte de una idea de marca de país, de potencia mundial. Uno sospecha que son planes diseñados desde algún centro o agencia de poder. Caen los tontos. Los pillos siguen robándole el mendrugo de pan al perro.