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Perfil | Javier Solana

El adiós de todo un Rey Midas, pero al revés

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Dabid LAZKANOITURBURU

La entrada en vigor del Tratado de Lisboa puso ayer punto y final a un decenio de Javier Solana como Mister PESC (alto representante para la Política Exterior y de Seguridad Común de la UE).

Más allá de glosas generosas propias de toda despedida, Solana se va justo cuando el nuevo tratado refuerza, cuando menos en teoría, las funciones del puesto. Y es que el fracaso del proyecto de Constitución Europea, que se estrelló definitivamente en 2006 tras los referendos francés y holandés, selló el futuro, hoy presente, del político español, a quien dos años antes los dirigentes europeos habían prometido que se convertiría en el primer «verdadero ministro de Exteriores de la UE».

Paradójicamente, la debilidad de la construcción europea ha sido la postrera aliada de un Solana que ha acumulado un fracaso tras otro en los dossieres que han estado realmente en sus manos estos años. Si su cargo hubiera sido más determinante, el desastre podría haber sido de proporciones bíblicas.

La biografía de Javier Solana de Madariaga responde a un arquetipo conocido. Hijo de republicanos españoles, comenzó a forjar su carrera política como estudiante de Física y Química en la Universidad Complutense de la que, como alardea, fue expulsado por sus labores opositoras al franquismo en 1964. Ese mismo año entró en el PSOE, formación por entonces ilegal.

Entre 1965 y 1970 estudió en universidades de Gran Bretaña y EEUU, donde tomó parte en protestas contra las guerra de Vietnam. Un cuarto de siglo más tarde, asumiría la secretaría general de la OTAN.

De vuelta al Estado español a comienzos de los setenta, Solana siguió vinculado a la vida académica hasta 1980, cuando ya estaba totalmente absorbido por sus crecientes responsabilidades políticas en el PSOE.

Amigo personal de Felipe González, participó en el famoso congreso de Suresnes (1974) que anunció la deriva del partido a posiciones socialdemócratas e incluso de centro. Solana es un vivo ejemplo de la radical (de raíz) transformación del partido. Tras las elecciones de 1982, Solana ocupó varias carteras (Cultura, Educación y Ciencia y Exteriores) y llegó a ser portavoz del que sería conocido como «Gobierno de los GAL». Único ministro del primer Gobierno González que permanecía en el Gabinete en 1995, llegó a como su posible sustituto al frente del PSOE.

Fue nombrado secretario general de la OTAN a finales de ese mismo año. Y eso que había sido el autor del documento que, con el título inequívoco de «50 razones para decir no a la OTAN» fue sustituido luego por el juego de palabras, «OTAN, de entrada, no» y se transformó para el referéndum de 1986 en un sí rotundo a la Alianza.

Fue bajo su mandato cuando tuvo lugar la campaña de bombardeos de la OTAN contra los Balcanes, primera experiencia de intervencionismo «humanitario» sin el aval de la ONU. Entre aquellos escombros, y como pago a los «servicios prestados», Solana fue nombrado Mister PESC en octubre de 1999.

Solana es el artífice del atlantismo -léase dependencia respecto a EEUU- como eje de la política exterior de la UE.

De ahí que la crisis abierta entre los aliados en torno a la agresión contra Irak en 2003 evidenciara, como un espejo, la debilidad intrínseca del cargo (Mister PESC) y del personaje (Solana). Este último opta por una política deliberada de no intervención en los dossieres más comprometidos, lo que a la luz de posteriores «hazañas» será hasta de agradecer. Opta, sin embargo, por concentrar sus esfuerzos en una de sus viejas víctimas, los Balcanes.

Consciente de que la separación de Kosovo no tiene marcha atrás, el político español se sacará en 2003 de la chistera el Ente Serbia y Montenegro -calificado como un engendro jurídico por los expertos internacionales- como premio de consolación a Belgrado y freno a las ansias independentistas de Podgorica.

Su «mediación» en aquellas negociaciones no desmerece al personaje. Abiertamente posicionado a favor de Serbia, trata de imponer un plazo de 6 años a los montenegrinos para que puedan realizar el referéndum de autodeterminación.

Finalmente no lo logró y tres años después, en 1996, Montenegro lograba su independencia. Su principal impulsor, Milo Djukanovic, narra que la posición de Solana en la Conferencia de Barcelona era tan «facilitadora» que el acuerdo (que pasó a la historia como los Acuerdos de Belgrado) lo sellaron el propio primer ministro montenegrino y su homólogo serbio, el finado Dzoran Djinjic -al que aquél había dado asilo político cuando huía de la Serbia de Milosevic- aprovechando un momento en el que Solana se había ausentado de la reunión.

Incombustible, la mano del Mister PESC volvió a hacerse visible cuando la llamada Propuesta de Venecia impuso a Montenegro un listón (50% de participación y 55% de votos favorables) para dar por válido el resultado del referéndum.

Quiso la siempre caprichosa historia de los Balcanes -y el buen hacer del Gobierno de Djukanovic- que los favorables a la independencia no se quedaran en el 54%, porque podríamos haber asistido entonces a una nueva crisis de consecuencias incalculables en la región.

Poco presente en las cuestiones bilaterales de la UE con China y Rusia, Solana se ha significado en los últimos años por sus gestiones en torno a Irán. Su «éxito» es evaluable en el actual choque de trenes entre Washington y Teherán.

Al final se va. Y deja un legado que podría incluso hacer bueno el nulo bagaje que acumula su sucesora, la británica y baronesa laborista Catherine Ashton.

ISLas malvinas

La presidenta argentina, Cristina Fernández, protestó en el marco de la cumbre de Estoril por la inclusión de las islas Malvinas («ocupadas ilegalmente» por Gran Bretaña) en el Tratado de Lisboa.

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