«Un mes después del golpe, el ejército ocupó el pueblo y comprendí que debía esperar lo peor»
El juicio que ayer comenzó en Buenos Aires contra el marino Alfredo Astiz y otros 18 jefes navales de la ESMA acaparó la atención mediática internacional por el volumen de los crímenes que se juzgan y porque entre éstos está la desaparición de las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet.
Ainara LERTXUNDI I
Una de las personas que más cerca estuvo de las dos religiosas fue la también misionera Ivonne Pierron, que escapó por los pelos de las garras de Astiz y de la dictadura. «Tomamos los votos de la lucha junto a los campesinos porque tenemos que estar al lado del que sufre», recuerda en su libro «Misionera durante la dictadura», publicado por Planeta-Argentina.
Pequeña y de ojos azules, Pierron nació en 1928 en Wolfgantzen, Alsacia. Cuando tenía once años, estalló la Segunda Guerra Mundial. «Hasta la edad de dieciséis, vi rondar la muerte, vi cómo la violencia y la desgracia golpeaban a los inocentes. La guerra me había sublevado y creo que, en el fondo, fue lo que me decidió a comprometerme. Mi vocación religiosa se me había aparecido de golpe, como una evidencia, un tiempo antes de la Liberación. Quería ser monja, pero no una monja que pasa sus días rezando en un convento. Quería pelear por aquellos que sufren, luchar contra la violencia y la miseria de este mundo», subraya.
Su vocación la llevó a Argentina de la mano del Instituto de La Motte. Tras varios destinos, acabó en Perugorría, a donde Alice Domon llegó en 1974 desde Buenos Aires. «La voy a buscar: alta, fina, con el cabello corto, pantalones y fumando un cigarrillo. Sin su gran cruz alrededor del cuello, nadie podría imaginarse que es una religiosa. Caty tiene apenas 37 años. Tiene una personalidad especial. Es una mujer de mucho coraje, radical en sus decisiones (...) Para ella, ayudar a los pobres no era suficiente; había que vivir con ellos. Por eso, tampoco me asombra cuando me anuncia que no se alojará con nosotros en la casa parroquial, sino en las chozas, con los campesinos. Mi amiga era asombrosa, era una monja divertida, yo admiraba su libertad», explica. En el verano de 1975, Domon anunció su renuncia a la congregación ante las críticas de algunas religiosas por su compromiso político.
«Un mes después del golpe de Estado, en abril de 1976, el Ejército ocupa Perugorría y comprendo que debemos esperar lo peor. Me vienen a la mente imágenes de los alemanes desembarcando en mi pueblo alsaciano. Hombres con cascos y botas estacionan sus pesados camiones frente a nuestra iglesia. Los observo desde mi ventana hasta que me doy cuenta de que apuntan el cañón de sus ametralladoras en mi dirección», remarca. Pierron ya figuraba en la lista negra de los militares. A principios de 1977 sufrió su primera detención cuando iba en autobús a Perugorría. A finales de la primavera de ese año, Domon se enteró gracias al aviso de un joven que trabajaba como mozo en el cuartel general de Curuzú que los militares pensaban arrestar a Pierron. Tuvo tiempo suficiente para hacerle llegar una nota advirtiéndole del peligro que corría. «Los secuestros y la violencia continuaron en Perugorría. La militancia, rebeldía y los grandes proyectos estaban olvidados. Tenía la impresión de morir a fuego lento», añade.
Por ello, tomó rumbo hacia Buenos Aires, donde se reencontró con su vieja amiga y con Duquet, a quien describe como una persona «discreta pero valiente, comprometida a su manera y siempre presente cuando hace falta. Es la más intelectual del grupo, siempre con sus lecturas, diarios, cursos».
«En lo de Léonie, Caty me explica que a partir del momento en que puso los pies en la capital, tuvo la sensación de estar marcada, de ser seguida, observada. Me cuenta hasta qué punto tiene miedo. La angustia crece, insoportable, como un garrote cerrándose lentamente alrededor de su garganta». Sus temores se convirtieron en realidad.
Tras los secuestros de ambas -comandados por el grupo de tareas 332 de Astiz- el 8 y 10 de diciembre de 1977, a Pierron no le quedó más remedio que exiliarse en París. De camino, supo que su apellido y el de Domon figuraban en una lista más amplia que manejaba la junta militar. «Al lado de nuestros nombres, figuraba un punto rojo. Eso significaba que debíamos desaparecer».
En París, se unió a los exiliados argentinos. Después dio un salto a la Nicaragua sandinista y con la instauración de la democracia, regresó a Argentina, donde vive.
Paradojas de la vida, Pierron, Domon y Duquet llegaron a conocer en persona a Jorge Rafael Videla. De hecho, las dos últimas cuidaron a un hijo suyo disminuido síquico. «Jamás habría imaginado que se convertiría en uno de los peores monstruos de la historia argentina, en uno de los principales responsables de nuestra desgracia», concluye.
«El juicio ha comenzado sin incidentes, con mucho decoro y dignidad. Ellos no han ocultado su natural soberbia», relató a GARA el abogado querellante Horacio Méndez en un receso. La vista fue seguida por numerosos periodistas y reporteros gráficos. En esta ocasión, además, han logrado que se grabe.
Alfredo Astiz y otros 18 ex jefes navales de la Escuela Mecánica de la Armada de Buenos Aires, entre ellos Jorge Acosta y Alfredo Donda Tigel, apropiador de la diputada Victoria Donda, se enfrentan a los cargos de «secuestro, tormento y homicidio» por delitos cometidos en 1977. La vista continuará el miércoles.
32 años después, familiares y sobrevivientes pudieron ver de nuevo la cara del Angel de la Muerte. A. L.