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Raimundo Fitero

Flipando

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Se llama Enrique Pérez Vergara, pero es conocido televisiva y artísticamente como Flipy, con una derivada, su propia hermana Flipa. Es decir que se pasa el día flipando y lo cierto es que su actitud ante las cámaras, su responsabilidad con «El hormiguero», su proyección, su manera de ser y estar con sus juegos o experimentos, nos colocan ante uno de esos fenómenos en los que o te gusta o estás enervado en cuanto aparece. Confieso que soy voluble. Hay días que lo soporto, otros que me divierte y muchos otros que me aburre, me encrespa, me parece que propone un tiempo plano en el que solamente se consigue conectar en las frecuencias bajas.

En un canal de música aparecía con sus compañeros de un grupo musical y se ofrecían algunas de sus canciones. Cierto es que se mantenía en una clave bastante más «normal». Pero al ver esos minutos en los que aparentemente no está haciendo un personaje, se llega a la conclusión que lo que hace este actor, performer o entretenedor es apurar sus defectos, su cara, su voz, su propio cuerpo un poco picasiano para lograr así una identidad única, un tipo, un personaje que bien explotado ha encontrado un lugar en la galería de personajes televisivos, especialmente para los más jóvenes, los menos exigentes, los que se divierten con cualquier tontería, con esas poses, los que les cuesta muy poco flipar con un experimento de química recreativa. Hay que entender que en el programa de Pablo Motos encaja perfectamente, es parte sustancial, quizás marca el estilo, es la mejor carta de presentación. A algunos nos parece muy poco, pero con eso y algo más van manteniendo unas cuotas de pantalla suficientes.

Aunque la verdad, lo realmente flipante, es ese pedazo de avión militar que se presentó al mundo entero. El Nobel de la paz para el comandante en jefe de un ejército en dos guerras indecentes, y aplaudimos a la industria aeronáutica militar, lo que quiere decir que esa maquinaria no para, que no parará nunca, que se siguen fabricando herramientas para la muerte, para la destrucción, para imponer la razón d la fuerza por encima de cualquier otra consideración. En definitiva, que la guerra es un buen negocio.

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