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«No soy un compositor de encargos. Hago lo que me gusta»

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Gorka ALDA  I  COMPOSITOR

Conocido por llenar de sonidos lugares tan infrecuentes como canteras, frontones o el mismísimo Peine del Viento, el donostiarra afincado en París Gorka Alda se pondrá hoy al frente de cincuenta jóvenes saxofonistas y del artista performativo Iñigo Ibaibarriaga para esculpir sonoramente el interior del museo Artium de Gasteiz con la «Música que venga...».

Mikel CHAMIZO I

Alda es el protagonista de la primera jornada de Saxatak, el gran encuentro de saxofones de Euskal Herria que este fin de semana celebra su primera edición en el Artium de Gasteiz. A las diez de la mañana dará comienzo el taller preparatorio del estreno que tendrá lugar a las 20.00 horas, «Música que venga...», para cincuenta saxofones, precedido a las 18.00 de una conferencia del propio compositor.

La de hoy será toda una jornada dedicada a su obra y su figura. ¿Empieza uno a sentirse reconocido en su propia casa?

La verdad es que, hasta ahora, me he sentido bastante apoyado en Euskal Herria. Es una satisfacción que los programadores aquí crean en los proyectos que les propongo.

¿Por qué decidió quedarse a vivir en París tras terminar sus estudios?

Porque me encuentro muy a gusto en París. Lo cierto es que aquí no encuentro ese ritmo artístico de París, que posee la efervescencia de una gran ciudad, el estrés, innumerables acontecimientos alrededor de uno. Allí puedo sentirme un poco más comprendido y vivo a otro ritmo, alimentándome de muchos artistas que trabajan allí, de espectáculos de danza, exposiciones... Y eso que la cosa en Euskal Herria ha cambiado mucho, pero yo necesito estar fuera de casa para trabajar. Es curioso, porque me pasa que, estando fuera de Euskadi, casi todo lo hago para aquí, y cuando ando por estas tierras empiezo a echar de menos París. Es una relación un poco extraña, pero que en mi caso funciona muy bien. En París reflexiono mejor que aquí, pero, al mismo tiempo, necesito muchos elementos que sólo encuentro en Euskal Herria: la materia, los paisajes...

En Euskal Herria parece que se le está empezando a considerar un autor de proyectos un tanto especiales, a veces incluso monumentales. Pero sus creaciones más tradicionales, las de música de cámara, por ejemplo, no se programan tanto. ¿Le preocupa que esto se esté dando de esta manera?

Yo no soy un compositor de encargos. No suelo inspirarme de esa manera y me cuesta mucho más escribir para un auditorio, razón por la que no estoy en ese circuito. Hago lo que me gusta, y eso normalmente va relacionado con el espacio. Necesito encontrar un espacio que me atraiga y en el que poder imaginar los sonidos y las sensaciones que puedo transmitir a través del mismo. Y necesito conectarme también a otras formas artísticas, como la pintura o la escultura. Así, puedo pasarme un año entero, incluso dos, dando forma a un proyecto.

Algunas de sus propuestas, como el espectáculo “Hormen arteko oihartzunak”, en el frontón Jostaldi de Hondarribia, o la velada musical en la cantera Buruntza de Andoain, supieron captar con mucho éxito la atención del público general, ese que no está iniciado en los arcanos de la música contemporánea. ¿Es ésta una preocupación importante para usted?

Pienso que ayuda mucho presentar las cosas con una buena puesta en escena, y el hecho de integrar al público en el propio espacio suele funcionar. Si yo presento una obra sobre el sonido de la piedra en una sala normal y corriente, el publico es perezoso y, probablemente, no tendrá ganas de soñar. Pero cuando le das más pistas, seguramente lo entienda mejor y captará más las sensaciones. La mayoría de la gente piensa que no entiende de música contemporánea pero eso no es verdad. Lo que ocurre es que no quieren hacer el esfuerzo de aprender a cerrar los ojos.

¿De dónde viene ese profundo interés por pensar la música en un marco espacial?

Me estoy dando cuenta, cada vez más, de que los espacios me marcan la forma de mis obras. El espacio marca pautas de movimiento y, en la obra del Artium, por ejemplo, las duraciones de los sonidos, de las notas tenidas, vienen determinadas por ese movimiento. En el frontón Jostaldi fue también algo similar: líneas de sonidos que los saxofonistas iban desplegando mediante el movimiento a lo largo y ancho del frontón. No sé de dónde vendrá, pero siempre me ha interesado el espacio y las materias artísticas relacionadas con él, la escultura y la pintura. Unas de mis primeras obras fueron unos preludios para piano inspirados en Paul Klee.

¿Y por la danza y el movimiento?

Es que la música que hago es muy gestual, y la danza es una prolongación del sonido. Cuando me lo piden y puedo permitírmelo, me gusta implicar todas las facetas.

Ambos aspectos están presentes en su nueva obra, “Música que venga...”. ¿Qué pasó por su cabeza cuando le ofrecieron nada menos que cincuenta saxofonistas para su próxima obra? Algún compositor más tradicional se sentiría espantado ante la idea.

En principio, se trata de una experiencia con un componente pedagógico. La música contemporánea requiere de una madurez por parte del intérprete, pero eso no significa que no pueda despertar cosas en los más pequeños. «Música que venga...» está concebida como un experimento, en el que la finalidad principal es disfrutar mientras investigamos ideas y exploramos aspectos del sonido poco habituales para los niños formados en conservatorios o escuelas de música. Por ejemplo, cómo expresar una textura mediante el sonido, o cómo esculpir un círculo en el espacio.

“Música que venga...” suena un poco a indeterminación. ¿Cómo está planteada la obra en su ejecución?

El título deriva de la exposición que está actualmente en el Artium, comisariada por Daniel Castillejo. Y, al igual que la exposición, se inspira en la ambigüedad de la frase: por un lado, el tiempo de venganza; por otro, el tiempo por venir. El tiempo que venga es ese tiempo que flota, dilatado, sobre el que no ejercemos ningún control. Hay también otro tiempo que se contrae, que pasa rápido y que sí está a nuestro alcance. Por último está la pulsación, que es lo que percibimos más claramente y podemos manipular. El problema era cómo introducir esos conceptos de tiempos diferentes en el marco espacial del Artium, desarrollando conceptos como el de la circularidad del tiempo (los astros, las estaciones) o su linealidad (los relojes digitales). Para ello, los niños se disponen en círculos, que se van dilatando según la densidad del sonido, o en líneas, que se van separando o cerrando en función del acorde. El experimento termina con los niños paseándose por la sala, tocando unos motivos que yo les doy y sobre los que ellos tienen que improvisar con sus propias duraciones.

¿No es arriesgado intentar sacar adelante un planteamiento tan conceptual con chavales tan pequeños?

Es un riesgo, desde luego, pero es también una iniciativa interesante para ellos. En nuestra enseñanza musical no se observa el dar un poco de libertad al estudiante. Luego te ocurre como a mí, que terminé de estudiar composición y descubrí que tenía que deshacerme de todas las reglas para moldear mi propia personalidad. Con los chavales es lo mismo. Que hagan un concierto, pero que esto les sirva también a ellos para abrir sus mentes a cosas, a algo fuera de la cuadratura del día a día. Yo lo defiendo así porque cuando estudié en París a mí me faltó libertad. Como más aprendí fue fuera del ámbito de la música, con artistas plásticos, leyendo filosofía, etcétera.

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