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Cinco periodistas con la cabeza bien alta, pero un objetivo todavía por cumplir

El martes, la aberrante teoría del «todo es ETA» volverá a campar a sus anchas en la Audiencia Nacional española. La repetición de procesos como el que se juzgará ese día puede llevar a perder la perspectiva, pero éste es un caso que sin duda tiene peculiaridades remarcables. Quienes se sentarán esta vez en el banquillo serán cinco personas conocidas y reconocidas por la sociedad vasca en general, y euskaldun en particular, por un trabajo ingente en favor de la libertad de expresión y del euskara. En cualquier otro lugar del mundo, cualquiera de ellos sería claro aspirante a un reconocimiento público por su labor, auténticamente pionera. Pero en el Estado español, destacar en cualquier terreno relacionado con la construcción nacional vasca -y el periodismo no es una excepción, como se viene demostrando desde el cierre de ``Egin''- se paga con el banquillo de un tribunal especial, con una incomunicación que a menudo se convierte en suplicio, y con el precinto de rotativas a cargo de centenares de agentes armados hasta los dientes.

También en cualquier lugar del mundo, sentarse en un banquillo de los acusados quizás tenga una connotación humillante. En Euskal Herria ocurre al contrario. Nadie duda de que Iñaki Uria, Joan Mari Torrealdai, Martxelo Otamendi, Txema Auzmendi y Xabier Oleaga acudirán a Madrid con la cabeza muy alta, y no sólo por saber que son inocentes de lo que se les imputa, sino por ser conscientes de que no están solos. Con ellos van todos los euskaltzales, todos los defensores de la libertad de expresión y, en resumen, va la mayor parte de la sociedad vasca.

Catalunya, diferencias y referencias

Una oleada de apoyo hacia los cinco imputados se volverá a levantar desde el martes, y especialmente el sábado, en la manifestación convocada en Bilbo. Se trata de un sentimiento generalizado que quedó patente en aquella marcha multitudinaria de Donostia apenas días después del cierre de ``Egunkaria''. Sin embargo, ya entonces se apuntaba otro objetivo a lograr a medio plazo: la solidaridad a posteriori no basta, hacen falta garantías reales frente a estos atropellos. Hace falta que el mismo auzolan solidario que ha servido tantas veces para levantar tantos proyectos se convierta también en barricada efectiva para impedir que desde Madrid sean derribados luego por un juez al toque de corneta de un ministro o un presidente.

El impacto que puede lograr esta acción común, ciertamente tan infrecuente y difícil de lograr en el ámbito político, ha quedado a la vista en Catalunya. El editorial común en defensa del Estatut es un ejemplo impactante del modo en que muchos agentes -en este caso diarios con una línea editorial muy diferente- son capaces de aparcar sus diferencias y gestionar sus contradicciones hasta lograr una posición común, en este caso frente a todo un Tribunal Constitucional español.

El estupor que provocó la iniciativa conjunta fue notorio en Madrid, pero no cabe engañarse: también resulta inimaginable visto desde Euskal Herria. Sin ir más lejos, algunos medios han aireado estos días un texto, llamado «Mugarri», que demostraría que una parte de la izquierda abertzale, a la que se llama los «duros», no está por la labor de acometer el cambio de ciclo político. Al margen de la cuestionable gestión del documento -que, si había querido ser una aportación en algunos ámbitos de la izquierda abertzale, finalmente ha pasado a ser presentada en los medios como una enmienda a la totalidad a la apuesta política independentista-, lo cierto es que el debate en pueblos y barrios se está desarrollando sobre el texto aprobado por la dirección de Batasuna. Las cerca de 300.000 descargas del documento en internet muestran su trascendencia.

Pero, si eso es así, ¿cómo se entiende que el contenido exacto del texto de Batasuna apenas haya logrado titulares en los medios de comunicación? No deja de ser significativo que los medios que representan a las tradiciones históricas que se sentaron ante la izquierda abertzale en Loiola (El Grupo Noticias por lo que se llama el «nacionalismo histórico» y Prisa por el PSOE) sean quienes más empeño ponen en frustrar expectativas. Parece que hay ganas de que la izquierda abertzale encalle y no pueda desarrollar con contundencia la apuesta política para llegar a un nuevo escenario. Parece que no gusta que esa apuesta se haga desde el análisis propio y con confianza. Es mejor, al parecer, presentar cada movimiento de la izquierda abertzale en clave de debilidad, no vaya a ser que sus planes se cumplan razonablemente bien y pueda articular una fuerza tractora de cambio político y social.

Mientras tanto, hoy Catalunya volverá a convertirse en referente para los independentistas vascos. En cerca de 170 municipios se llevará a cabo una consulta sobre la independencia a la que están invitados cerca de 700.000 ciudadanos catalanes. Resulta significativo que los mismos círculos de poder estatales que bramaron hace unos meses contra un primer experimento en la pequeña localidad de Arenys de Munt hayan optado ahora por hacer la vista gorda. Cuestión de dimensión, sin duda.

Habrá quien piense que el Estatut cepillado ya por Madrid no merecía tanta defensa. Y quien opine que llevar a cabo tantos referendos sin efectos vinculantes reales no deja de ser una iniciativa testimonialista. Quizás sea así, pero merece la pena fijarse en el impulso de fondo que anima las dos: unidad de acción, dirección consensuada, voluntad de avanzar y disposición a arriesgar. Claves que pueden servir para el auzolan pendiente en Euskal Herria.

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