Antonio Alvarez-Solís periodista
Los dogmas vacíos
En este artículo el periodista madrileño alerta sobre el peligro de que la derecha -«y sus administradores de la socialdemocracia»- monopolice el discurso político y social. Los ejemplos de ese «rapto» son múltiples y cotidianos, y sus protagonistas son políticos como el «popular» Antonio Basagoiti. Frente a ello Alvarez-Solís considera necesaria la recuperación del «lenguaje histórico propio del mundo del trabajo» para que «la sociedad de trabajadores vuelva a conquistar su capacidad de acción».
Escribe Susan George en «El pensamiento secuestrado» y con referencia a quienes con desenvoltura notable hablan con arbitraria autoridad asomados a puras y vacuas retóricas normalmente amenazadoras: «El pensamiento racional y la práctica democrática podrían ser reducidos (por ellos) a un polvo muy fino. No crean que es posible entablar un `diálogo' con estas personas vengan de la parte inferior o de la parte superior de la escala cultural. No quieren discutir nada. Quieren convertirle y salirse con la suya; punto. Si usted se niega a la conversación aplicarán la coacción en cuanto ocupen el poder y, mientras esperan, utilizarán diversas artimañas». En una palabra, estamos ante los fabricantes de dogmas vacíos e instituciones armadas que convierten esos dogmas en algo válido a efectos de gobierno.
Y ahora apliquemos todo lo anterior al caso que nos ocupa. Ante la dura crítica hecha por el lehendakari Ibarretxe al Gobierno del Sr. López responde el joven e incontinente Sr. Basagoiti: «Si trabajasen por Euskadi deberían estar ayudando al Gobierno de López. Se está demostrando que el PNV pone antes sus intereses de partido que trabajar por los vascos». La frase es de una lógica irrisoria. En primer término, trabajar por Euskadi no puede reducirse a trabajar en pro del Gobierno del Sr. López. Es más, el Sr. Ibarretxe muestra con sus opiniones que trabajar por Euskadi supone todo lo contrario de lo que dice el joven líder de la minoría autoritaria; esto es, que trabajar por Euskadi significa, ante todo, oponerse hoy al Sr. López. Sostener, como hace el Sr. Basagoiti, que el Sr. López y Euskadi son la misma cosa da como resultado la divinización del actual lehendakari, cosa que no sucedía desde el Imperio romano. Evidentemente Nerón era un ultraderechista, pero al menos sabía tocar la lira. La música suaviza los disparates. Un análisis sumario del atropellado párrafo del Sr. Basagoiti nos lleva a conclusiones aún más estrambóticas. Sentar que «se está demostrando que el PNV pone antes sus intereses de partido que trabajar por los vascos» resulta demoledor para los partidos políticos, ya que los desnuda de su derecho a pensar libremente sin caer en un delito de apropiación indebida del país, acción de extrema gravedad penal. Normalmente «trabajar para los vascos» apareja una postura política, mantenida desde un partido, en la que se hace una propuesta y se rechaza la del contrario, sin que ello presuponga que ninguna de las dos partes pueda declararse lícitamente propietaria de la entidad, en este caso la nación, acerca de la que se formula la propuesta correspondiente. Sostener que un gobierno es el único propietario legítimo del país constituye un ilícito penal, aparte de una tontería. La política es el arte de la correcta discusión sin que nadie pueda proclamarse intérprete indiscutible de la verdad pública. Más aún: si se lleva a una interpretación rigurosa la frase del jefe del Partido Popular en Euskadi se concluye que los abertzales de izquierda pierden su derecho a la patria al habérsela apropiado el PP mediante su declaración de que son ellos los que trabajan para la vasquidad en toda su dimensión.
Digo estas cosas tan sencillas para ayudar al joven Basagoiti a no entrar por la lógica como un potro por una cacharrería. Cabe añadir, por otra parte, que si la frase del Telémaco «popular» pretende definir la única realidad admisible sumerge inevitablemente en un lodazal de irracionalismo al partido que comanda el Sr. Rajoy, pues no ayuda nada a los socialistas, que son quienes gobiernan en Madrid, con lo que el Sr. Rajoy también podría ser tachado de combatir por sus intereses y no por la antigua y terca nación española, depositaria de tantos lances verbales como el que nos ocupa en este pequeño estudio, tan repleto de generosa fraternidad discursiva. Llegados a este punto bien puede ser considerado como un aguerrido depositario de la españolidad cierta y legítima el ambidextro Sr. Basagoiti, tan vibrante e incómodo cuando decide pronunciarse.
Al llegar a este plano de la reflexión entra en funcionamiento una serie de pensamientos sobre lo que significaría para el bien de todos la recuperación por parte de la ciudadanía de un lenguaje válido. Parece palmario que una gran parte de esa ciudadanía vive curiosamente decapitada. En la calle se acepta el lenguaje sobrevenido desde el poder como si contuviera la única razón verdadera. Antonio Gramsci señaló en sus «Cuadernos» escritos en prisión que todo progresista, y no se diga ya de los comunistas, debe tener muy en cuenta el peso de la «hegemonía cultural», en esta época profundamente penetrada de neoliberalismo. Un marxista consciente ha de evitar una aplicación mecánica de las teorías marxianas y buscar lo que de consideración hay en ellas acerca del peso y valor de las superestructuras, que retrasan sensiblemente el progreso del materialismo histórico. Como un ejemplo para clarificar este punto vale considerar la inerte conciencia, o falta de conciencia, en los sindicatos estatales, convertidos en colaboracionistas dramáticos del conservadurismo más extremado. De no darse este colaboracionismo, hijo de una orfandad radical respecto a la conciencia de clase, no podría explicarse en esta dramática hora la ausencia escandalosa de una serie de huelgas generales.
La captura del lenguaje político y social por la derecha y sus administradores de la socialdemocracia ha producido una incapacidad profunda de comunicación por parte del progresismo que es, pese a todo, muy extenso y profundo. Es un progresismo enmudecido. Por eso la recaptación de ese lenguaje histórico propio del mundo del trabajo se presenta como una tarea de extremada urgencia si queremos que la sociedad de trabajadores vuelva a conquistar su capacidad de acción. Revalidar el lenguaje propio del que está oprimido por los grandes poderes, desde el político al científico y el religioso, abriría puertas anchas al progresismo necesario para desmontar la gran conspiración de la mentira que estamos viviendo en beneficio de las minorías despóticas. Con ese resucitado lenguaje en manos de la ciudadanía básica sería imposible que florecieran dirigentes como los que ocupan las sedes del poder presente y se lograría una poderosa recreación de los medios de comunicación, entre otras valiosas reconquistas. Frente a la lógica dogmática y torcida que brota a raudales de las fuentes de poder se instauraría una lógica directa que permitiría leer en profundidad el discurso de ese poder plagado de simplezas que convierte al «uomo qualunque» en víctima de una simpleza retórica. El ciudadano común, esto es, el desheredado de todas las facultades que le pertenecen, no puede seguir arrugado en el fondo del baúl cultural de la clase dirigente, cada vez más reducida y lógicamente más violenta. El uso de un lenguaje ambiguo, polisémico y retumbante por parte de los actuales dirigentes y de sus numerosas asistencias ha convertido la calle en un desierto donde es imposible toda vida digna de la razón. Un universo de mudos responde con repetitivos gestos de adhesión a quienes les han cortado la lengua y obturado el manantial de su ideología. El mundo del trabajo tiene que aprender otra vez a hablar en su propio idioma y hacer desde él el análisis de lo que dicen los poderosos. No le vale idioma prestado. Esta es la primera condición para que el necesario y honrado enfrentamiento de clases recobre un sentido real y deje de tributar a una justicia de clase, a una política de fuerza, a unas religiones del poder y a unos «expertos» con que la oligarquía cohíbe todo sentimiento de protesta. Sin ese lenguaje propio cómo vamos a entender al Sr. Basagoiti.