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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Rebelión de sotanas

No me gusta entrar en asuntos de la Iglesia. Ni soy docta ni partidaria, pero no me negarán que la rebelión del ochenta por ciento del clero frente a su obispo es un hecho insólito. Y ha ocurrido en Euskal Herria.

Al nuevo obispo de Donostia no lo quieren los curas guipuzcoanos (por cierto, de las monjas nadie dice ni pío), pero lo veneran los editorialistas de la extrema derecha española. Me reservo la opinión, pero no me negarán que es un dato a considerar.

En «Abc» el editorialista ponía el grito en el cielo y embestía contra los curas guipuzcoanos con su argumento perenne: «Ha sido precisamente la deriva marcadamente nacionalista de la diócesis guipuzcoana la que ha hecho imposible la integración de los no concernidos por una «vida eclesial» orientada, en muchos aspectos, hacia una equidistancia grosera entre el dolor de las víctimas del terrorismo y el «sufrimiento» de las familias de los presos etarras (...). Ha sido precisamente la condescendencia y el apoyo, más o menos taimado, a los abanderados del `diálogo' sin condiciones lo que ha convertido a la diócesis guipuzcoana en el ejemplo menos recomendable de consenso y entendimiento verdaderos». Que me explique el de Vocento cómo se puede llegar a «consenso y entendimiento» sin diálogo.

El no menos ultra de «La Razón» lo tenía claro, clarísimo: «El cierre de filas de esa parte del clero que comulga con el nacionalismo antes que con la fe católica reviste de un claro componente político la abrupta revuelta contra el obispo. La propia nota demuestra por sí sola que la Diócesis necesita cambios muy profundos, pero además la trayectoria de buena parte de ese clero equidistante entre verdugos y víctimas, cuando no cómplice con los terroristas (...)». Si hubiera un concurso de melonadas, éste quedaba finalista. Fijo.

Y en «El Mundo», Pedro J. se revelaba como un demócrata casi intransigente. No se lo pierdan: «¿Desde cuándo el Papa tiene que pactar sus nombramientos?». Un tío progre, ¡sí señora!

Y para conluir, le ponía la guinda al pastel: «La Iglesia ha sido demasiado complaciente con esta parte del clero vasco que simpatizaba más con los verdugos que con las víctimas y ahora en el pecado lleva la penitencia». Seguro que Pedro J. le confiesa sus pecadillos a un cura castrense.

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