«No hay que vivir por vivir. Hay que saltar la barrera. Cada uno la suya»
«Jueves Verbena» es la primera novela firmada por el activo militante de movimientos sociales y de izquierdas Mikel Zuluaga (Bilbo, 1955) con su verdadero nombre. Antes se escondía detrás de seudónimos. Cuando los amigos identificaban los sobrenombres, los cambiaba. Pero, con esta obra contra la ignorancia y la exageración de poderes, este alegato a la libertad, ha decidido dar la cara.
Maider IANTZI |
Una creatividad ilimitada y un pensamiento abstracto, lúcido e irónico caracterizan la vida y obra del escritor bilbaino Mikel Zuluaga. Amante de la naturaleza y el arte, defensor de la igualdad y la autodeterminación, fue perseguido, detenido, torturado y enviado a prisión por la Policía española, acusado de hacer «apología de la desobediencia civil». Al finalizar el macrojuicio 18/98 se exilió, y más tarde fue absuelto de todos los cargos.
«Jueves verbena» nació como «una respuesta a ese terrorismo de Estado». Esta historia de amor, viajes, amistad y revolución verdadera hace reflexionar continuamente al lector. El protagonista, el trapecista de circo Gindi, funda con sus amigos más canallas el Club de La Luna para alborotar a los bienpensantes, que piensan mal. La Policía y los medios los persiguen.
«Esto no es una novela, es un quejido: ironía del disidente», aclara. Explíquenos esa idea.
Es cuando la novela se trasforma en denuncia, y la denuncia en novela: «arte político», donde la reflexión es parte del proceso creativo. Por eso, «Jueves Verbena», más que una novela es un quejido contra la desproporción del Estado cuando trata a la disidencia vasca. A su vez es un canto que pretende crear una casa común para alcanzar por vías radicales, pero pacíficas, el innovador Socialismo del siglo XXI. Debemos reconstruir la izquierda. Prescindir del cemento que tanto daño ha hecho al edificio. Volver al cimiento. Tomando a los clásicos, reconstruir el edificio con materiales limpios y nuevos; creando desde la sencillez, la naturalidad y la artesanía política esa casa común donde lo importante sea convencer más que vencer.
«Hay que forzar el volatín, o al menos, intentarlo». Una se anima a intentarlo, pero luego cuesta llevarlo a la práctica.
La «práctica» es dura cuando sólo ves abismo. Pero cuando sabes construir puentes, es apasionante. En la revolución, en el arte, en la vida lo básico es la honradez y cuando algo requiere cambio, hay que atreverse. La revolución como obra creativa es cambio, volatín. Aunque lo más difícil no es luchar contra el genérico «enemigo», sino contra el enemigo que llevamos dentro. Esta pelea es mucho mas dura porque te enfrentas a tus propias entrañas, a tus miedos y comodidades.
En el relato combina hazañas divertidas y pensamientos profundos, chistes con duras realidades como las torturas.
Es difícil construir algo positivo desde la tragedia, desde el drama, por eso he procurado que la novela tenga un corazón crítico pero alegre y divertido. Para que su injusticia se trasforme en verbena para nosotros. Para que sus torturas se transformen en desobediencia y resistencia.
¿Cómo ha sido el proceso de elaboración de la obra? ¿Se ha basado en sus experiencias?
«Jueves Verbena» es pura ficción, aunque puede haber retazos de mi vida o de la gente que me rodea. Tras el macrojuicio 18/98 decidí huir; fui al exilio como liberación, como pelea, como reto o desobediencia al Estado. Cuando escapas y pasas a ser un buscado «terrorista», debes vivir en el inframundo, en la oscuridad, en el silencio, en el miedo; habitar en otra persona para no ser descubierto. Al estar perseguido son muchos los días de vivir escondido. Muchas horas de soledad, de noches de insomnio, sin más artilugios que una pluma, en mi caso un ordenador portátil. Allí descargué, me purifiqué de la infamia. Mientras yo huía mis compañeros caían presos. Como acción de protesta pensé en crucificarme frente a la Audiencia Nacional, ¿Sería, también, considerado un acto terrorista? Tenía los clavos y la persona que me los iba a clavar. La acción no pudo ser. Empecé a escribir. A madurar una respuesta a ese terrorismo de Estado que la mayoría de los medios ocultan.
¿Por qué ha elegido como protagonista a un saltimbanqui?
Porque es un símbolo de ligereza y viveza ante la aburrida y falsa profundidad de la política: quería hacer algo irreverente con lo convencional.
Las aventuras de Gindi parecen un canto para suscitar la imaginación, las ganas de vivir y de cambiar.
«No hay que vivir por vivir. Hay que saltar la barrera. Cada uno la suya. Vivamos según los sueños. No sobre los miedos», digo en el libro. Pero no sólo hay que vivir bien sino actuar bien. Vivir desde la colectividad. Cambiar los hábitos burgueses desde la cotidianidad. La novela, por otra parte, es un homenaje a los que se atreven a dar el volatín en el arte, en la vida, en la revolución. Muchos recuerdos, sólo pensar en uno, en Pakito Arriaran, me enternece. Me hace pequeño.
¿Cuáles son sus sensaciones una vez presentado el trabajo al público?
Una gozada. Me escriben para poner el nombre a una taberna, para pedirme si se puede lanzar a la calle el «jueves verbena» o para decir que en tal o cual pasaje de la novela se desternillaron de risa o se les erizaron los pelos. Lo importante es que haya servido para reírnos ¯hasta de nosotros mismos¯, para reflexionar y para hacer una verbena lo suficientemente hermosa que mande al carajo a los fariseos del templo.
¿Quiere añadir algo más?
Hace poco me escribió un amigo que salía a la noche con su hijo a mirar la luna, y que ésta era la misma que miraba su padre desde la ventana de la cárcel. Es la misma luna que desde un lugar perdido del mundo veo yo. A esa luna os propongo mirar. Luna liberada, luna pueblo, luna nueva, luna buena. La única posible: La luna del socialismo y de la autodeterminación. El jueves nos vemos en la verbena.