Épica tridimensional

«Avatar»

Koldo LANDALUZE I

Al parecer, cuando se trata de abordar una película dirigida por James Cameron no caben medias tintas. Es una postura encontrada acorde con la propia personalidad megalómana del autor de “Titanic” y ello casi obliga a los comentaristas y espectadores a tomar una postura que, en esta su nueva superproducción, adquiere tintes extremos. “Avatar” fue lanzada por Cameron como la nueva maravilla virtual, el primer paso definitivo hacia un modelo creativo en el que todo es posible. Vamos, que daba la sensación de que el cine renacía de entre sus propias cenizas gracias al toque divino de quien se autoproclamó en su día como “El rey del mundo”.

Temáticamente “Avatar” no deja de ser un compendio de referencias que van desde “Matrix” y “La guerra de las galaxias” hasta las praderas del Salvaje Oeste. En su discurso, Cameron apuesta por un modelo de cine en el que cohabita la alta tecnología y el clasicismo y, por ese motivo, en este su último y esperado proyecto confluyen ambas tendencias. Argumentalmente la película arrastra las carencias de una obra concebida como un experimento visual. Si bien todo lo que ha conllevado la creación del bestiario y la escenografía que da sentido al planeta Pandora goza de un acabado puntillista, la excusa para que los personajes que lo habitan dialoguen no da para muchos alardes.  Pero dejando a un lado esta carencia dramática, “Avatar” da mucho de lo que se espera de ella. Desde su arranque hasta la anunciada batalla final, el espectador se siente como si estuviera montado en una vertiginosa montaña rusa gracias a la renovada experiencia tridimensional que aporta la pericia de un cineasta que maneja con soltura e inteligencia todos los artilugios técnicos de última generación.

Al contrario de “Titanic”, “Avatar” no engrosará la lista de películas más célebres de todos los tiempos, pero al menos ha servido para redescubrir la grandeza épica de un medio que, no hay que olvidarlo, nació como espectáculo en una barraca de feria.