La vida o la muerte de Haidar, en subasta real
Dabid LAZKANOITURBURU I
Si tienes la desgracia de formar parte de un pueblo paria, volver a tu casa te cuesta 32 días de hambre, a base de agua y terrones de azúcar.
Así lo ha tasado, en última subasta, Mohamed VI, hijo y sucesor de Hassan II y, por tanto, «comendador de los creyentes». Los que no creen en él, como es bien sabido, tienen dos salidas: el desierto de Tinduf o el fondo de las aguas del Estrecho.
«¿Quién da más?», preguntó en la puja el joven rey, el mismo a quien en Occidente algunos siguen todavía presentando como la «joven esperanza de la democratización de Marruecos».
En venta, la vida de una persona decidida a morir sin perder su dignidad como saharaui a la que le asiste el derecho a vivir libre en Sahara.
Poco se sabe de cómo se desarrolló en concreto la puja y la loca carrera de alguno por quitarse el problema de encima -que es, al fin y al cabo, lo que lleva haciendo en los últimos 35 años-.
Cerrada a cal y canto por aquello de la discreción diplomática, la puerta de la subasta se abrió finalmente con el anuncio de un acuerdo. Y vamos conociendo parte del precio pagado.
Madrid y París han reconocido explícitamente la vigencia de la ley marroquí en los territorios ocupados y no han escatimado elogios, junto con Washington, a las promesas -amenazas- de autonomía que profiere el rey alauí de cuando en cuando.
Las malas lenguas hablan incluso de otras concesiones, más terrenales. El tiempo lo dirá. Ese mismo tiempo que vale para medir la eternidad del exilio en el desierto o para tasar lo que una mujer debe padecer como ayuno forzoso para volver a casa. Para volver donde los suyos.