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Otra demostración más, en muy poco tiempo, de cómo se sitúa este país frente a este Estado

En sí misma, la manifestación de ayer en Bilbo contra el cierre de «Euskaldunon Egunkaria» y contra el juicio que por esa causa ha comenzado esta semana en Madrid es una demostración en toda regla del sentir de todo un pueblo frente a la irracionalidad de todo un Estado. Pero es que, además, la de ayer resulta ser la tercera demostración en el mismo sentido en apenas dos meses. Empezando por la manifestación que tuvo lugar en Donostia para denunciar la operación que buscaba abortar la propuesta de la izquierda abertzale -y que supuso además el encarcelamiento de varios de sus líderes-, pasando por la movilización que denunció la macrorredada contra los jóvenes independentistas -que sigue abierta con la detención este pasado viernes de otro joven, Xabier De la Maza- y terminando con la convocatoria de ayer en favor del diario clausurado, miles de personas han querido sumarse a esa marea humana que exige un cambio político profundo y estructural.

Es más, dentro de dos semanas, el 2 de enero, las calles de Bilbo volverán a ser escenario de una nueva movilización, en ese caso en defensa de los derechos de las presas y los presos políticos vascos. Es de esperar que de nuevo una gran masa social se reúna para denunciar la política penitenciaria del Estado español, otro de los temas que por encima de adscripciones partidarias recaba un apoyo mayoritario en la sociedad vasca.

Habrá quien contraponga a esta descripción la idea de que ni todas esas personas han acudido a todas las manifestaciones ni se inscriben necesariamente en esos parámetros políticos de cambio. Eso, en principio, sólo demuestra la evidente pluralidad de la sociedad vasca, que es mucho más abierta que la clase política que la representa. De hecho, si partidos como el PNV han acudido a esas movilizaciones es, al menos en parte, porque son conscientes de que no apoyarlas mina su credibilidad. Lo mismo cabe decir de las declaraciones y autocorrecciones de varios dirigentes socialistas vascos. Pero en estos momentos esa credibilidad se mide por las apuestas históricas de cada uno de los agentes políticos, así como por su capacidad para reconstruir sus estrategias. Y de momento, ni PNV ni PSOE parecen mostrar la agilidad política necesaria para recuperar esa credibilidad. Esa torpeza incomprensible ofrece una ventaja al PP.

Por otro lado, quienes militan en el escepticismo o todavía no hayan sentido la ilusión que va haciéndose camino en la sociedad aducirán con razón que Madrid se niega a escuchar ese intenso y sereno grito que recorre Euskal Herria denunciando todas esas injusticias. Pero a estas alturas nadie en estas tierras se cree que no lo hayan oído. Y es que no se puede anteponer eternamente una tramposa aritmética parlamentaria a los verdaderos resultados democráticos, no se puede utilizar indefinidamente la sociología para invisibilizar a una sociedad, porque la realidad termina por salir a flote. Si no, que miren los datos del último Euskobarómetro y saquen sus propias conclusiones. Cualquiera que conozca mínimamente la realidad política y social vasca sabe que, entre éste y otro escenario político basado en un acuerdo incluyente, una gran mayoría apostaría por ese cambio sin dudarlo.

Un momento político importante

En ese sentido, hay que subrayar que esas movilizaciones han buscado no sólo denunciar la política represiva del Estado español para con Euskal Herria, sino sobre todo defender la libertad, tal y como reivindicaban todos y cada uno de los lemas de las mismas. Libertad para los detenidos, libertad para desarrollar todos los proyectos políticos democráticos, libertad de expresión... libertad para un pueblo oprimido por defender que quiere seguir siendo pueblo y que quiere poder decidir libremente qué relación mantiene con el resto de pueblos de su entorno y del resto del mundo.

Por enésima vez en su historia, Euskal Herria ha vuelto a dejar claro que si le piden que decida entre la palabra de un ministro de la Guerra español y la de un «hombre de paz» vasco siempre se quedará con la segunda. Que si le preguntan si prefiere un movimiento juvenil crítico, luchador y dinámico a una juventud adocenada y servil siempre apostará por lo primero. Que si tiene que creer a alguien, no dudará en creer a periodistas de reconocido prestigio en vez de a un guardia civil.

Incluso, más allá de las elecciones obvias, en esas protestas subyacen otro tipo de elecciones, menos evidentes pero igual o más importantes. Frente a una España que ha homologado el franquismo y todo su legado represivo y hegemonista, los vascos defienden un modelo social y político radicalmente distinto que conforma una nación distinta, un proyecto de sociedad diferente.

Quienes sean capaces de canalizar esas ansias de cambio serán también quienes capitalicen políticamente no sólo su propia determinación, coraje y clarividencia, sino también quienes, ante la cobardía y el conservadurismo del resto de agentes, partirán con ventaja para sumar a esas mayorías sociales a su proyecto político. La gestión de ese potencial supone uno de los retos de este momento político.

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