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Javier Ramos Sánchez jurista y delegado sindical

¡Es el capitalimo, estúpido!

El pasado sábado, día 12, los sindicatos españoles CCOO y UGT, con el apoyo de la izquierda hundida y entregada, se dedicaron en la capital del reino a escenificar, una vez más, su proyecto sindical estratégico: renunciar a la lucha y sostener el sistema capitalista, con sus crisis y excrecencias, a cambio de algunas migajas para la aristocracia obrera a la que representan y para ellos mismos, esto es, para sus corruptas estructuras aparateras.

No vamos a perder el hilo de la cuestión citando los enésimos «pactos» entre la patronal, el Gobierno que gestiona los intereses de la patronal y la camarilla de cuadros sindicales abducidos por aquellos dos. No voy a citar los millones de euros que ambas centrales sindicales acaban de percibir este año en concepto de... ¡qué más da el concepto! para taparles la boca y la de las bases que representan, ahora que otra crisis cíclica del sistema se ceba sobre los sectores populares. Baste recordar que en el año 2008 recibieron ambas centrales sindicales nada menos que 14,7 millones de euros para remunerar, entre otras, sus actividades «consultivas». Si a eso le unimos los centenares de delegados sindicales liberados a tiempo completo y los fondos que se obtienen con la excusa de una formación-basura y clientelar, es bastante comprensible que no muevan un sólo dedo si no es para pasearse una soleada mañana de domingo por las calles de la Villa y Corte en animada charla y con el beneplácito de la autoridad competente, por supuesto.

Una vez más, y con la lección bien aprendida, nos sueltan esa letanía de que «hay que repartir equilibradamente los sacrificios» y así poder volver a enderezar al mismo gigante capitalista de pies de barro que genera paro, hambre y guerras con cada una de sus endémicas crisis, a causa de la conocida ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia del capital. Cualquier iniciado en marxismo sabe, debería saber, que se trata de una crisis de acumulación de capital, ya que la sobreproducción de mercancías con la que compensar aquella tendencia descendente de la tasa de ganancia no encuentra comprador que cierre el círculo D-M-D': Dinero-Mercancía-Dinero incrementado por la plusvalía. De ahí que se fomentase, irresponsablemente, el crédito, es decir, se jugó con la máquina del dinero para que la gente comprara lo que, a la postre, no podría pagar, en una suerte de peligroso juego piramidal, como así ha sucedido, y todo con tal de seguir engrasando los bolsillos de los especuladores de toda laya.

Y mientras estos simpáticos sindicalistas españoles sesteaban durante toda una década de prodigiosas ganancias para el capital inmobiliario y financiero, a la sombra de la mordida obtenida con los «planes de formación», el sistema iba generando una burbuja de transacciones irreales, es decir, carentes por completo de base productiva, a sabiendas de que cuando explotara, cosa que también conocía, no les salpicaría a los listos de siempre, y que sería el dinero público, es decir, los ingresos obtenidos básicamente de los impuestos de las clases trabajadoras, quien correría a sostener la quiebra que ellos habían provocado.

Y ahora estos desconcertantes concertadores de todo lo concertable nos dicen que hay que repartir sacrificios. ¡Claro que sí! El reparto ya lo conocemos: unos, los banqueros y grandes empresarios, ponen la vaselina y los otros, los asalariados y otras capas populares, el trasero. Con semejantes sindicatos, ¿para qué quiere la clase trabajadora enemigos?

Mientras tanto, nuestro más genuino representante español del presidencialismo buenista e inane, ese ser nefelibata que maneja las riendas del poder con la frívola y bobalicona sonrisa del indigente intelectual, se dedica a contraer deuda pública a espuertas para sufragar los ingentes gastos de una economía de gorrones, lastrada ya en su cúspide por una monarquía que no ha sido refrendada, sino impuesta por el dictador. Una economía, en fin, improductiva y básicamente especulativa, asentada en el ladrillo, el turismo cutre, el despido gratis, los EREs y el PER, mientras se siguen manteniendo los privilegios de una casta de terratenientes aristócratas; cuerpos, clases y cargos ministeriales y otros reductos fascistas de suyo improductivos y reaccionarios, como la Iglesia.

Pero nuestros voluntariosos compañeros sindicalistas, eso sí, se encuentran muy ocupados orlando con su presencia cualquier sarao institucional. Lo mismo firman un documento contra el legítimo derecho que tienen las naciones sin estado a su libre autodeterminación, si se denomina «acuerdo antiterrorista», claro está, que acuden raudos a efemérides institucionales o reciben la medalla de Navarra por su «apuesta por el diálogo social». ¡Jesús, que trote de moqueta llevan estos entregados a la clase dirigente española! No es de extrañar que, más tarde y en justa recompensa, obtengan un puesto de diputado en Las Cortes españolas o una bien remunerada ocupación en alguna escuela de negocios de la Patronal. ¿Desconocen acaso que la «fiesta» del déficit para atender los planes E y las economías «sostenibles» hay que pagarla en 2012, límite que ha puesto Bruselas para reducir el déficit actual del 6% al 3%, como máximo? ¿Y saben estos exquisitos y cándidos sindicalistas cómo se va a sufragar ese desequilibrio? Pues claro, ¡con los impuestos de la clase trabajadora! Pero para entonces el «señor sonrisas» ya se habrá garantizado otros cuatro años de mandato, que es lo que le importa.

El Estado español, con una cifra del 20%, dobla actualmente la tasa de paro de la UE ¿ La causa? No es ninguna maldición bíblica, simplemente se trata de la facilidad y gratuidad que tiene el empresario para no ya despedir, sino simplemente no renovar unos contratos-basura consentidos por estos aguerridos de la pancarta.

Uno de cada tres trabajadores en el Estado español tiene un contrato temporal, Estado que, a su vez, tiene el 25% de todos los contratos temporales de 25 países de la UE. Y a este estado de cosas se ha llegado, no se olvide, a través de sucesivos pactos y acuerdos firmados, una y otra vez, por estos paladines de la causa obrera, y a su enfermiza entrega a la causa del «diálogo» en cuantas reformas laborales han participado. Entre los jóvenes la cifra es absolutamente escandalosa: siete de cada diez tienen este tipo de contrato temporal sin derechos. También se encuentran más contratados eventuales en el colectivo de trabajadores con un nivel de estudios bajo o que cuentan con una formación generalista, en actividades poco cualificadas y en sectores sin especialización, fundamentalmente en la agricultura y la construcción; en empresas de entre 11 y 49 trabajadores y por comunidades autónomas, en Andalucía y en Extremadura. Es decir, que estos abanderados de la «lucha de clases», allí donde son mayoría justamente han propiciado las peores condiciones laborales con su adictiva afición a la firma de «paz social», esto es, esa política sindical de confundir los intereses de algunos trabajadores con los intereses de la clase trabajadora. Y por eso no les ha importado vender el futuro de los hijos a cambio de una generosa prejubilación del padre... y, de paso, del comité de empresa.

Por el contrario, allí donde son minoría, en Euskal Herria, por ejemplo, las condiciones laborales y de prestaciones sociales de la clase trabajadora son sustancialmente superiores, tanto en lo relativo a las condiciones individuales, salario, pensiones, como en lo referente a la negociación colectiva. Lo saben ellos y lo sabemos todos. (INE, 2007: País Vasco, el salario más alto del Estado: 1.971,59 euros/mes. Y la pensión más alta, también en Euskadi con 943,98 euros, según el INSS). Por eso están tratando de arrebatar marcos autónomos de negociación y llevarlos a la capital del reino, que para eso los quieren, para homogeneizar a la baja las condiciones de los trabajadores; otro presente con el que agasajar a la oligarquía española y a su representación política e institucional.

La actual crisis no es, como se dice interesadamente, un error del sistema. Es el propio sistema el error y cuanto antes actuemos contra él, globalmente, mucho mejor para todos y para la propia supervivencia del planeta. Este orden económico es por su propia naturaleza depredador, pues se fundamenta en la acumulación de capital sin límites, ni siquiera para los recursos naturales per se limitados y, por consiguiente, es el propio sistema el que genera el resto de desajustes, carencias e injusticias, incluido el cambio climático, por lo que derrocarlo se constituye ya en una tarea inaplazable. En este afán no sobra nadie. Pero, eso sí, en el desagüe de la historia, junto a esta criminal organización productiva irán todas las que han sido sus adherencias, también aquellas que decían representar a la clase trabajadora y solamente constituían la quinta columna del sistema: el aparato burocrático sindical burgués.

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