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José Miguel Arrugaeta historiador

EEUU contra Cuba: breve historia de una obsesión

La política agresiva de los EEUU contra Cuba se inició en fecha tan lejana como febrero de 1959. Su cara más conocida es el bloqueo económico y comercial que los Estados Unidos mantienen unilateralmente contra el país caribeño. Pero esta medida fue, y sigue siendo, sólo parte de una política general, que siempre ha perseguido un único objetivo: derrocar la Revolución cubana por cualquier medio. Cinco décadas de injerencia han conducido a la diplomacia norteamericana a un laberinto de difícil salida.

Todas las administraciones norteamericanas, desde febrero de 1959, sin distinciones entre demócratas y republicanos, han coincidido en una misma estrategia de acoso y derribo, con matices, hacia la nueva Cuba que surgió en enero de aquel año, hasta llegar a convertirse en una obsesión enfermiza y un lastre para la política exterior de los EEUU, que desde hace casi veinte años se ve obligada en casi todos los foros internacionales a reproducir un discurso vacío y repetitivo que recibe como respuesta el unánime rechazo internacional y un aislamiento que haría reflexionar a cualquier Gobierno.

El enfrentamiento EEUU-Cuba comenzó a manifestarse apenas unas semanas después del triunfo revolucionario. Durante los años 1959-1960 las relaciones bilaterales se vieron marcadas por una permanente ingerencia interna directa norteamericana, en un intento baldío por reconducir la «situación cubana» a favor de sus intereses. En octubre del mismo año 1960, el entonces presidente de los EEUU, J. F. Kennedy, puso en vigor mediante decreto las principales bases del actual bloqueo; a los pocos meses se producía la ruptura total de relaciones diplomáticas y la regulación de viajes de ciudadanos norteamericanos al país caribeño. Apenas una semana después de asumir el fracaso de la invasión mercenaria de Bahía Cochinos (Playa Girón), en 1961, el propio Kennedy cerraba cualquier posibilidad de relación económica al prohibir todo comercio con Cuba. Nacía así formalmente, aquel 25 de abril, el bloqueo norteamericano a Cuba.

La política de estrangulamiento económico, comercial y financiero siempre ha constituido sólo parte de una «estrategia» global, destinada a derrocar la Revolución y recuperar el dominio total sobre Cuba que los EEUU ejercieron desde 1898. Apenas un mes más tarde de la oficialización del bloqueo, los EEUU pusieron en marcha la Operación Mangosta, de carácter encubierto y secreto (a la que le seguirán otras hasta fines de los años 80), destinada, mediante una práctica generalizada y constante de terrorismo y sabotaje (dirigida por los servicios de inteligencia y militares de los Estados Unidos), a provocar excusas válidas para una posible invasión norteamericana directa y debilitar la Revolución en lo interno. Esta práctica de «guerra sucia» -documentado dosier de terrorismo de estado a gran escala- ha costado a la sociedad cubana más de 2.400 muertos, casi 4.000 heridos y unas cifras millonarias en pérdidas difíciles de cuantificar (que no se incluyen en los balances del bloqueo).

Otras dos vertientes de esta «estrategia» general serán el aislamiento internacional de Cuba, fundamentalmente de su ámbito regional, cuya mejor muestra fue la expulsión del país de la Organización de Estados Americanos (OEA), en 1962, vigente hasta la primavera de este mismo año. Y la promoción constante de una emigración ilegal como elemento desestabilizador interno, que tomó carta de ciudadanía mediante la llamada «Ley de Ajuste Cubano», de 1966, única de su tipo conocida en el mundo y aún en pleno vigor, que reconoce el derecho al asilo político, sin necesidad de justificarlo documentalmente, de cualquier ciudadano o ciudadana cubanos, incluyendo menores de edad, que «pisen» literalmente tierra de los EEUU, sin importar los medios ni posibles para conseguirlo (lo que incluye la piratería aérea y marítima, el tráfico de personas y hasta el asesinato).

El acoso político y diplomático se fue transfigurando desde inicio de la década de los 90 del pasado siglo a partir de su fracaso en la arena de las relaciones internacionales, en la abierta promoción-construcción de una oposición interna y externa, y el fomento de una «opinión pública» manipulada que incluye la permanente movilización de determinadas figuras políticas, fundaciones y ONG en torno al tema Cuba; prácticas políticas e informativas todas ellas diseñadas a la medida de los EEUU y generosamente financiadas mediante partidas presupuestarias también norteamericanas. Por su parte, siguen en pleno vigor, y sin variaciones sustanciales, los capítulos de promoción a una constante emigración ilegal (aunque ésta haya cambiado de esencia a partir de fines de 1980, hasta convertirse en una migración de carácter meramente económico, como otras) y, por supuesto, el bloqueo económico que resulta el frente más conocido internacionalmente de esta larga «guerra no declarada» de los EEUU contra Cuba.

El bloqueo a Cuba se fue convirtiendo, a través de sus 48 largos años, en una tupida madeja de regulaciones y leyes que se superponen unas a otras en un intento por cerrar cualquier brecha y estrangular económicamente a la sociedad cubana en su conjunto. Evolucionando como si fuese una «política interna» más de los Estados Unidos, el bloqueo ha atravesado etapas con matices diferentes, como fue el periodo de 1976 a 1980, donde las administraciones Ford y Carter permitieron un comercio triangular, mediante subsidiarias norteamericanas en terceros países, hasta la década de 1990 bajo las presidencias de George Bush y de Bill Clinton, quienes firmaron las leyes Torricelli y Helms-Burton, respectivamente, que cerraron casi completamente el cerco al aplicar sanciones a empresas de terceros países y a sus ciudadanos por el grave «delito» de comerciar con el país caribeño, en una silenciada aplicación extraterritorial de leyes internas de los EEUU.

Desde el año 2001 y hasta la actualidad, de manera excepcional Cuba está autorizada (como consecuencia de los graves efectos que tuvo el paso del huracán Michelle en la Isla) a comprar una limitada cantidad de alimentos y medicinas a empresas norteamericanas, en condiciones financieras leoninas. Mientras que en el año 2004 el círculo de acero se cerró completamente, con la excepción señalada, mediante las medidas adoptadas el 20 de mayo por el presidente George W. Bush suspendiendo el envió de remesas económicas, limitando los viajes familiares e implementando un «Plan de Transición» (léase ocupación) al estilo de Irak, al tiempo que la Unión Europea se sumaba en parte a esta política agresiva e intervencionista al adoptar la llamada Postura Común, que establecía sanciones de diverso tipo contra Cuba, vigentes hasta el año pasado.

A pesar de los condicionantes económicos y humanos que imponen el bloqueo económico norteamericano contra la población cubana, el objetivo último de esta política criminal, derrocar la Revolución cubana, ha sido un constante fracaso para todas las administraciones de los EEUU.

Las tímidas medidas anunciadas por el actual presidente norteamericano, Barack Obama, consistentes en la eliminación de las restricciones a los viajes familiares y el libre envío de remesas económicas, apenas retrotraen las posiciones de los EEUU a 2004, mientras que como reverso de la moneda el propio presidente Obama prorrogaba las disposiciones del bloqueo hasta el próximo año, mientras sus portavoces seguían insistiendo en que la eliminación de algunas de estas medidas debían tener como contraparte «concesiones» internas cubanas, posición inaceptable para cualquier país que se precie de ser soberano.

El rechazo internacional al bloqueo de los EEUU contra Cuba es tema anual y reiterativo en las agendas de la Asamblea de la ONU, las reuniones del Movimiento de los No Alineados, la Organización de Estados Americanos, por solo citar algunos. Pero a pesar de la incómoda «soledad» a que condena constantemente a la posición norteamericana, el bloqueo a Cuba tiene visos de continuar, pues más allá de ser un rezago de la extinta «Guerra Fría», la política intervencionista de los EEUU contra Cuba se ha convertido en una constante frustración, sumamente difícil de desmontar al interior del complejo y confuso entramado político norteamericano.

Mientras Barack Obama descubre los misteriosos caminos para poder traducir sus «buenas intenciones» en medidas y decisiones concretas, el Bloqueo seguirá siendo, por el momento y hasta nuevo aviso, una asignatura pendiente y motivo de vergüenza para el flamante Premio Nobel de la Paz.

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