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El lento y penoso «retorno» de la diáspora abjasa

Desde que la república caucásica consiguiera su independencia de Georgia en 1993, el Gobierno abjaso puso en marcha un programa de repatriación para todos aquellos miembros de la diáspora que quisieran establecerse en Abjasia. A pesar del reconocimiento de Rusia el pasado año y de las perspectivas de crecimiento de la otrora Riviera Roja, el flujo de repatriados sigue limitándose al de un cuentagotas.

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Karlos ZURUTUZA

Cemre Jade deposita un ramo de flores en el monolito que recuerda la amhadzarra, el éxodo masivo de los abjasos en el siglo XIX provocado por el yugo colonial zarista sobre el Cáucaso. Cemre nació en Turquía, como sus padres, y los padres de sus padres, pero recuerda oír recitar a su abuelo en su lengua natal las sagas Nart, el poema épico del Cáucaso norte por antonomasia. «No entendía ni una palabra, pero para entonces ya sabía que yo era abjasa; abjasa de Turquía», recuerda esta joven socióloga de 29 años.

Cemre Jade es la primera repatriada de su familia desde la amhadzarra. Paradójicamente, hoy son las tropas rusas las que han posibilitado su ubicación en la tierra que dejaron atrás sus antepasados.

No en vano, fue también Moscú la que contribuyó a un segundo éxodo en Abjasia. Tras la guerra por la independencia del 93, los kartvelianos (georgianos y mingrelios) de la pequeña república del mar Negro se vieron forzados a abandonar sus casas y aldeas, reduciéndose la población total a la mitad. Fue entonces cuando el recién estrenado Gobierno de Abjasia puso en marcha un programa de acogida para todos aquellos descendientes de abjasos que quisieran «volver a casa».

Turquía cuenta hoy con la mayor parte de la diáspora, entre 500.000 y un millón de individuos, dependiendo de la fuente; una cifra importante, máxime si tenemos en cuenta que los abjasos en Abjasia son apenas 100.000 de una población total de 200.000. La otra mitad la forman armenios, rusos y los kartvelianos a los que se les ha permitido regresar a sus casas.

Según el Comité para la Repatriación que dirige Anzor Mukba, el número de repatriados en Abjasia ronda los 3.500. A aquellos que puedan demostrar un origen abjaso, el gabinete que dirige Mukba les ofrece facilidades para adquirir una casa y corre con los gastos de la escolarización, así como con los de una boda de 150 invitados. A pesar de todas esta facilidades, fuentes «anónimas», pero de la misma diáspora, apuntan a que apenas llega a 300 el número de los que se han instalado de forma estable en la república caucásica.

«No todo el mundo quiere volver a un lugar en el que la guerra puede estallar en cualquier momento», aduce Mukba. No obstante, no es la inestabilidad sobre esta falla geopolítica la única culpable del escaso éxito del programa.

Salvando escollos

De lo que no hay duda es del tesón que demuestran los repatriados a la vista de la pesadilla que supone el mero viaje a Abjasia en su sentido más literal. A pesar de que todos ellos cuentan con un pasaporte abjaso, la entrada a la república ha de hacerse por Rusia ya que el acceso desde Georgia queda descartado. Moscú facilita visas de tránsito pero, hasta hace escasos meses, los repatriados necesitaban un visado ruso de entrada múltiple por cada viaje a la república.

Así las cosas, el anhelo más inmediato es la inauguración de una vía marítima para acceder a la república directamente desde Trabzon (Turquía); un barco que nunca se acaba de fletar. Y es que, según el presidente abjaso, Sergei Bagapsh, la Armada georgiana es la versión local de los piratas somalíes. Por el momento, los guardacostas rusos destacados en Ochamchira contribuyen ya a la seguridad de los buques de mercancías turcos que consiguen romper el bloqueo de Tbilissi.

Uno de los beneficiarios de esta clandestina ruta comercial desde Turquía es Irfan, un repatriado que decidió abrir un restaurante de comida turca de nombre Istanbul. Situado muy cerca de la tienda que Benetton inauguró el pasado julio en la avenida de la Paz, su negocio engrosa ya la creciente lista de comercios de nombre turco, como el también restaurante Antalya, que regenta otro abjaso de Turquía. Parece como sí la vuelta a la tierra de los ancestros hiciera aflorar otro tipo de nostalgia, la que sienten por la hasta hace poco su patria de adopción. Jansel K. aporta algunas claves. Dio el salto a Sujum desde su Kayseri natal (Anatolia central) en 2006 y hoy vive a caballo entre ambas orillas del mar Negro.

«A las dificultades para encontrar un empleo hay que añadir la barrera idiomática», explica Jansel. «Mi lengua materna es el turco así que tengo que asistir a clases de abjaso, pero también de ruso, que es, en definitiva, la lengua que habla aquí todo el mundo», se lamenta en inglés esta ingeniera licenciada en la Universidad de Ankara. Dichas trabas y una atractiva oferta de trabajo en la ciudad turca de Antakya están haciendo replantearse a esta joven su decisión de instalarse en una tierra que se le antojaba más prometedora.

Cifras in crescendo

A principios de este mes, la isla de Nauru se sumó a la lista de las naciones que reconocen la independencia de Abjasia (las otras son Rusia, Venezuela y Nicaragua). Nauru es un islote en mitad del Pacífico que resulta ser la república más pequeña del mundo (12 kilómetros cuadrados y 11.000 habitantes). Según las malas lenguas, el gesto de la administración isleña le ha costado a Moscú unos 50 millones de dólares.

El reconocimiento internacional no acaba de llegar, pero un tren parte dos veces por semana lleno de miles de toneladas de mandarinas a Moscú, y vuelve con una proporción equivalente de turistas rusos que sueñan con las playas y el clima subtropical de Abjasia. Éstos son los pilares de la economía abjasa, sin olvidar las inversiones rusas, cada vez mayores según se acercan los Juegos Olímpicos de invierno en la vecina ciudad rusa de Sochi.

Desde su puesto en el Centro para Estudios Estratégicos de Abjasia, Cemre Jade trabaja para importar el exitoso modelo de repatriación de Israel. «Abjasia tiene el potencial para alcanzar cotas de muy alto crecimiento en los próximos años. La recesión golpeará todavía con más virulencia a Turquía el próximo año, por lo que el actual goteo de repatriados puede convertirse en una auténtica inundación a corto plazo», asegura esta entusiasta repatriada desde el puerto viejo de Sujum; el mismo lugar desde el que partieron sus antepasados hace más de 130 años.

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