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Joxerra Bustillo Kastrexana Periodista

Bartleby y la nube soberanista

Responsabilizar a los demás de las propias insuficiencias es el camino más directo al fracaso. Todos aquellos agentes que dispongan de masa social suficiente pueden ponerla en marcha sin necesidad de esperar a las decisiones de terceros. Es deseable que lo hagan, porque ayudarían a oxigenar el actual panorama político

El día en que llegué a conocer a Bartleby, el escribiente, sentí que todo podía suceder. El breve relato de Herman Melville consiguió despertar mi curiosidad ante una actitud vital tan implacablemente autodestructiva. Para quienes no hayan leído aún el texto, adelanto el argumento. Un afamado abogado de Wall Street contrata a un nuevo escribiente para su despacho, y se encuentra con que éste, el joven Bartleby, le responde a todas sus peticiones de colaboración con una misma frase: «Preferiría no hacerlo». El poder evocador de Melville se encarga del resto.

Esta pequeña introducción, que espero me sea dispensada por el lector, se justifica con la intención de realizar una traslación de ese fenómeno al panorama político vasco. Un escenario bastante revuelto en los últimos meses, gracias a las distintas iniciativas que aspiran a conformar una amplia plataforma independentista de largo aliento. Ante tan ambicioso objetivo, unos y otros se van posicionando, algunos abordando profundos debates internos, otros realizando ejercicios de adaptación al terreno dignos de mejor causa.

Una de las mayores dificultades que aparecen en ese escenario soberanista en movimiento es la existencia de Bartlebys por doquier. Se trata de activistas políticos, de agentes sociales, de partidos, de asociaciones que, cuando son llamados a realizar una tarea tan comprometida como la construcción de una alternativa soberanista que ponga patas arriba el escenario político vasco, se aferran a Melville y pronuncian la frase mágica: «Preferiría no hacerlo». Las disculpas son variadas: «todavía no es el momento»; «vosotros no habéis hecho los deberes»; «nosotros tenemos que liderar el proceso»; «estamos esperando a lo que diga el PNV»; «no estamos autorizados por las bases»; «necesitamos algo más de tiempo»; «comprended el vértigo del cambio a realizar»; «eso ya lo dijimos nosotros hace veinte años»... Las buenas intenciones son siempre bienvenidas, por supuesto, pero la política con mayúsculas se construye con ladrillos mucho más sólidos.

Responsabilizar a los demás de las propias insuficiencias es el camino más directo al fracaso. Todos aquellos agentes que dispongan de masa social suficiente pueden ponerla en marcha sin necesidad de esperar a las decisiones de terceros. Es deseable que lo hagan, porque ayudarían a oxigenar el actual panorama político. Quienes por el contrario no tengan detrás multitudes, pueden converger con otros semejantes que se encuentren en la misma situación y sumar fuerzas hacia el objetivo, o bien hacerse invisibles y engrosar con humildad otras propuestas con mayor eco social. Persistir en la dispersión de siglas, foros y convergencias varias es un error, y más en un momento histórico que puede ser decisivo para las próximas décadas de este país.

A pesar de todo, no es el desembarco de Bartleby en tierra vasca el único asunto al que nos enfrentamos. A cualquier observador foráneo le llamaría la atención la proliferación de mesas, plataformas, asociaciones e iniciativas cívicas que se observa en nuestro país en estos días. Apenas si superamos los tres millones de habitantes y disponemos de una paleta de opciones «abertzales y progresistas» tendente al infinito. Hay quien describirá el caso como un ejemplo de biodiversidad ideológica y activista, de una especie de nube soberanista en ciernes. Puede ser. Yo me inclino por considerar que el afán de protagonismo sigue muy vivo en estos pagos. De no ser así, la confluencia de esfuerzos vendría dada por añadidura, como se proclama en los viejos textos.

Aplicando la pura lógica, no es razonable la existencia de tal número de organizaciones, grupos y agentes diversos que afirmen mantener el mismo programa de máximos: la soberanía/independencia de Euskal Herria. Claro que puede haber diferencias en los modos de actuación, tempos y prioridades a abordar, pero no deberían dar lugar a semejante atomización de ofertas.

La atenta observación de cualquier visitante podría aducir que la posición ante la actividad de una organización clandestina que defiende ese mismo programa es un obstáculo casi insalvable. Si me aprietan las muñecas, tal vez llegaría a admitirlo, pero el caso es que el eje central de la izquierda independentista está inmersa en un proceso de readecuación estratégica de gran calado, entre otras cosas encaminado a superar ese obstáculo.

Si el objetivo final es construir una mayoría social y popular por la soberanía, desde la pluralidad y el respeto mutuo, es necesario renunciar a protagonismos caducos y, sobre todo, a posturas bartlebys que no hacen sino enfríar voluntades y propagar suspicacias y desconfianzas de forma innecesaria. Que este 2010 pueda convertirse en un año fructífero para las aspiraciones soberanistas de esa gran mayoría social a levantar no depende de la decisión de un solo agente, por importante que éste pueda ser, sino de la voluntad de construir complicidades entre todos, incluidos los que todavía se enrocan en su torre de marfil para pronunciar con desidia su correspondiente sentencia: «Todo eso está muy bien, pero preferiría no hacerlo».

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