CRíTICA teatro
Mamá en el paraíso
Carlos GIL
La sencillez es la clave en un escenario que se va poblando de personajes y de palabras. Hablar para sobrevivir. Interpretar en cada instante la vida con palabras para hacer de la vida un lugar tan pleno que puede considerarse un teatro. O el teatro. El dramaturgo, convertido en actor y director de la obra que vemos tiene una única inspiración, su madre. Quizás: la madre. Pero no es una opción sicoanalítica sino una sabia elección, resplandeciente, ya que se trata de convertir a la madre en la fuente de inspiración, a través de ella ir procurando desgranar de que están hechos los sueños de los autores y de la importancia de las palabras, la observación de los comportamientos humanos en las situaciones más sencillas o extremas como materiales básicos del teatro.
Desde ese punto de partida el trabajo del equipo creativo de esta pieza no hace otra cosa que aportarnos convicciones. Los dos actores van presentando sus personajes con tal solvencia y cercanía que acaban emocionándonos constantemente. Nos proponen un bello juego del que participamos de manera incondicional, e inmersos en esos vaivenes sentimentales, nostálgicos o emocionales, nos sumergimos en un mundo surgido ante nuestros ojos con los elementos más sencillos. La palabra, el gesto, el espacio alterado con cuatro elementos y una iluminación que apoya o se apoya en un espacio musical, y esa bella historia, tan bien contada, bajo una dirección esencialmente cautivadora. Así que al final, cuando mamá muere, va al paraíso, se despide en el escenario como una gran actriz. Besos.