La tragedia ha vuelto a sacudir a la sociedad vasca con la muerte de tres montañeros a los que sorprendió un alud de nieve mientras practicaban esquí de fondo en el Pirineo oscense. La juventud de las víctimas, su pertenencia a una misma familia y las circunstancias del accidente hacen si cabe aún más dolorosa la desaparición de Txomin, Santi y Unai. Sus amigos y allegados recibirán el apoyo y la solidaridad de las personas que acudirán a los funerales que se celebran hoy en Iruñea, apoyo y solidaridad que hace suyos el conjunto de la ciudadanía vasca.

La montaña ha sido, es y será siempre el lugar adonde los vascos dirigen sus pasos huyendo de la rutina, el altar en el que resucitan periódicamente el rito del regreso al hábitat ancestral y la fuente inagotable de satisfacciones físicas y mentales, de reencuentros con la naturaleza y la esencia atávica del ser humano. Pero, a la vez, el ser humano encuentra en esa misma montaña el reflejo inevitable de su pequeñez y la confirmación de su debilidad ante la dimensión siempre enorme, compleja y a veces cruel de la naturaleza. Una confirmación que, estos días, se torna desgarradora en extremo.