CRÍTICA cine
«Un tipo serio»
Koldo LANDALUZE
Da la sensación que, más que un intento de prolongar los buenos resultados que cosecharon dentro de la comedia negra con «Quemar después de leer», lo que los hermanos Coen ha querido es saldar una vieja deuda con su pasado cinéfilo y, en concreto, con una de sus películas menos logradas, «El hombre que nunca estuvo allí». Los paralelismos entre aquel silente barbero que encarnó Billy Bob Thorton y el gris profesor de matemáticas al que da vida Michael Stuhlbarg son muy evidentes ya que ambos se convierten en piezas, peones sacrificables, que padecen los caprichos del destino. Comedia y tragedia coquetean a lo largo de esta ácida reflexión enmarcada en la Norteamérica de los años 60 y, en concreto, dentro de una comunidad judía azotada por los repentinos cambios morales, éticos y religiosos que se avecinan. Para tal fin, los autores de «Fargo» han optado por un plantel de actores muy poco conocidos pero que bordan cada uno de sus cometidos. En este sentido, el actor Michael Stulhbarg resulta muy creíble dando vida al profesor de matemáticas condenado a asumir que su pequeño mundo perfecto se está derrumbando progresivamente cuando descubra que su mujer le es infiel con su mejor amigo, su hija le roba dinero para operarse la nariz, su hijo apenas pisa las aulas y que la brújula emocional de su hermano no anda muy bien. En un intento por encontrar una respuesta, un pequeño halo de luz que ilumine tanto desconcierto, el sufrido protagonista optará por la peor salida posible: buscar cobijo en su religión judía y a manos de unos rabinos que amplificarán aún más su desconcierto.
En esta oportunidad, y al contrario de lo que les ocurrió en la ya mencionada «El hombre que nunca estuvo allí», los hermanos Coen se han esmerado a la hora de perfilar las distintas personalidades de los personajes y han construido un guión firme en el cual lo extraño se muestra como algo perfectamente entendible dentro de los desórdenes cotidianos y sicológicos que padece el protagonista.