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Fallece la persona más importante en la historia de la Real

José Luis Orbegozo no podrá vivir el ascenso del club que hizo grande

José Luis Orbegozo, presidente de la Real desde 1967 hasta 1983 en una etapa en la que ganó sus dos Ligas y una Supercopa y jugó las semifinales de la Copa de Europa, falleció ayer en Donostia a los 80 años de edad y no podrá ver el regreso a Primera del club que hizo grande.

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Joseba ITURRIA | DONOSTIA

La Real Sociedad está de luto. La alegría por la victoria en Vigo que deja al cuarto a diez puntos en su deseo de volver a Primera se apagó con la muerte de la persona más importante de su historia. Por ello, los jugadores, técnicos, directivos, trabajadores y muchos aficionados acudirán a darle su adiós en los funerales que se celebrarán hoy, a las 19.30 en la catedral del Buen Pastor. El club trasmitió «su más sentido pésame y condolencia a la familia y allegados» y que todos sus equipos lucirán brazaletes y guardarán un minuto de silencio en los partidos del fin de semana.

José Luis Orbegozo no podrá ver el ascenso de la Real que tanto deseaba para reeditar el que vivió en 1967, cuando ya se había comprometido a asumir la presidencia antes de conocer en qué categoría iba a jugar. Un año antes, su habitual presencia en Atotxa para ver partidos del juvenil, el Sanse y la Real había motivado que le propusieran entrar como tesorero en la directiva de Antxon Vega de Seoane, que quería dejarlo y le eligió como sustituto.

Orbegozo, que recordaba que su aitona le hizo socio de la Real en 1936 con seis años como premio por unas buenas notas, no se dejó disuadir por sus amistades: «Los primeros que me ridiculizaban eran mis amigos, me decían que iba a hacer el ridículo: «No tienes nada que hacer, no hay plantilla», me decían. Y allí me metí y me fui a los 16 años», recordaba en una charla con GARA.

Por suerte, Orbegozo no les hizo caso y demostró una mejor visión de futuro. Cogió un equipo recién ascendido, lo asentó en Primera y luego apuntó horizontes que nadie veía posibles en ese momento. Así, en el verano de 1971 sorprendía al señalar que «el equipo se ha afianzado en Primera y estamos obligados a superar el rendimiento. El objetivo es una clasificación que nos permita jugar la Copa de la UEFA. Ha llegado el momento de aspirar a que la Real cuente a nivel internacional». Parecía una frivolidad, pero la Real ya había acabado entre los ocho primeros los tres años anteriores y dos más tarde era cuarta, último puesto que daba la clasificación para la UEFA.

Zubieta y Gipuzkoa

También entonces demostró su visión de futuro al declarar en la temporada 74-75 que «el nuevo campo es absolutamente necesario. La Real es el cuarto equipo en la Liga y el decimoquinto en presupuesto». Fue la gran espina de su mandato, no conseguir convencer de la necesidad de un nuevo campo que no llegó a materializarse a pesar de lo duro que peleó por ello, como luchó en los despachos de Madrid para que la Real se ganara para siempre el respeto de todo el fútbol.

Compró para el campo los terrenos de Zubieta donde desarrolló las dos claves que debía seguir la Real para crecer, abastecerse de su cantera y dejar de ser sólo el club de Donostia y convertirse en el de Gipuzkoa. Como recordaba a GARA, «era la única manera de vivir. Aquel era un momento singular, el fútbol no tenía la entidad de ahora, faltaba una manera de aglutinar. El equipo había sido de San Sebastián e intentamos darle una visión muy guipuzcoana al intentar promocionar toda la provincia. Eso nos obligaba a coger los jugadores que salían de la provincia y no meternos en aventuras de fichar jugadores. No teníamos medios económicos, además coincidió el mundo de las ideas con el de los hechos, con una generación de futbolistas tan extraordinaria».

Con ella Orbegozo vivió el año del récord de 32 partidos de imbatibilidad en el que la Liga se escapó en la penúltima jornada (79-80), el primer título inolvidable de Gijón (80-81), la segunda Liga (81-82) y la Supercopa y la presencia en unas semifinales de la Copa de Europa (82-83).

Entonces Orbegozo entendió que debía poner fin a su mandato: «Dieciséis años son muchos y había que dar paso a otra gente. La opinión de un grupo no tenía que imponerse para toda la vida, hubiera sido fácil continuar, pero ya estuvimos demasiado tiempo. Nos queríamos ir y no deseábamos tener que traspasar el aval que teníamos los directivos».

Por eso vendieron a Periko Alonso al Barcelona, para no dejar a sus sucesores la deuda contraída arriesgando sus patrimonios personales para poder mantener al equipo campeón. Así dejó la presidencia en 1983, pero no faltó a su cita fiel con los partidos del Sanse y la Real hasta que su salud se lo impidió para poner fin ayer a una vida que nació en Donostia el 3 de setiembre de 1929 y no morirá nunca en la memoria de todos los realistas.

VIDA BLANQUIAZUL

A los seis años su aitona le hizo socio de la Real por unas buenas notas. Su presencia en Atotxa llevó a Vega de Seoane a proponerle que entrara en su directiva en 1966 para sustituirle. La Real subió en 1967 y estuvo de presidente los mejores 16 años de la historia del club para volver a la grada, en la que fue fijo hasta que su salud se lo impidió.

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