El temor al fracaso
Iñaki LAZKANO | Kazetaria eta Gizarte eta Komunikazio Zientzien irakaslea
Ocasionalmente, internet depara agradables sorpresas. La semana pasada encontré por casualidad unas imágenes que Ingmar Bergman filmó para su uso privado durante un descanso del rodaje de la película «Fresas salvajes» («Smultronstället», 1957). En esas imágenes aparece Bibi Andersson con un vestido antiguo, ligeramente escotado, sentada en un prado frente a Victor Sjöström. La joven y el anciano conversan animadamente bajo un seductor juego de miradas, hasta que la sonrisa de la bella actriz sueca acaba reflejándose en el curtido rostro del maestro del cine mudo nórdico.
El ambiente del rodaje, empero, no resultó tan idílico. Cuenta Bergman en sus memorias que su relación con el autor de «La carreta fantasma» («Körkarlen», 1921) fue pésima desde el inicio. En las primeras tomas, Sjöström sobreactuaba y Bergman se lo reprochó. El desencuentro desembocó en un frío distanciamiento, templado levemente por el discreto encanto de Bibi Andersson e Ingrid Thulin. Poco antes de rodar la última escena, Sjöström se enfadó con Bergman. Sin embargo, cuando la cámara se puso en marcha y sonó la claqueta, el rostro del viejo cascarrabias se transformó. Dulce se tornó su semblante. Tierna, su sonrisa. Libre, su alma.
Sólo al final de sus días Bergman pudo comprender la actitud hostil de Sjöström durante el rodaje de su obra maestra. Únicamente entonces entendió que el miedo a la incapacidad ataca y sabotea a los más capaces. Pese a que Sjöström era considerado uno de los mejores cineastas de la historia, siempre se lamentó de su falta de talento. Sentía algo similar también en su faceta interpretativa. De hecho, su cólera senil no era más que la forma de manifestar el miedo que tenía al fracaso.
La soledad del actor y la de su personaje ante la sombra del fracaso, confluyen en un viaje interior que arrastra a ambos hacia la redención. Sjöström se liberó del miedo al fracaso con la mejor interpretación de su carrera. El camino a la salvación de su personaje es aún más tortuoso, puesto que la angustia existencial del profesor Borg lo enfrenta en los albores de la muerte al temor de haber fracasado en la vida. No obstante, finalmente, el amor hacia los suyos lo redimirá de un pasado sin amor. Desterrar el temor al fracaso es, sin duda, una condición indispensable para poder vivir con esperanza. No hay vida sin sueños. Ni sueños sin riesgos. Paulo Coelho sostiene que sólo el miedo a fracasar vuelve un sueño imposible.